Utrera sabe distinguir entre tradiciones cinco veces centenarias, nacidas con años de historia, y otras impuestas hace tres días, o menos de medio siglo, entre procesiones con solera y arraigo y otras creadas de una costumbre inexistente. Esto es algo que los vecinos de Utrera demuestran cada 15 de agosto, cada fiesta de la asunción, cuando, a las 9.00 horas, asoma por la puerta del Perdón de la parroquia de Santa María la imagen gótica de la Virgen de la Mesa.
La marcha real y el repique de campanas volvieron a entremezclarse ayer a la hora tercia con los aplausos y los rezos de la multitud que abarrotaba los aledaños del templo, mientras que los presentes cumplían con la tradición de pedir tres deseos a la Virgen de la Mesa de los que, según cuenta la leyenda, concede al menos uno. Cierto o no, lo que sí es verdad es que cada año parece detenerse el tiempo por un instante para recrear una procesión con siglos de historia, donde niños y adultos se dan la mano para que, generación tras generación, el pueblo se reencuentre con una de sus fiestas más tradicionales.
música. La banda de música Ciudad de Utrera volvió a acompañar un desfile en el que, junto a esta talla del siglo XIV, estuvieron presentes las cofradías pertenecientes a la parroquia. Y es que, al carecer la Virgen de la Mesa de cofradía propia, son las corporaciones del templo las que se encargan de organizar la procesión cada verano. En esta ocasión, fue el turno de la Quinta Angustia, cuyos costaleros portaron el paso por las calles más cercanas a la iglesia.
El exorno de liliums rosáceos, nardos y paniculatas que vistió las andas se entremezcló con las rosas y liliums de color salmón que integraron el ramillete que la Virgen de la Mesa portó en sus manos, y que también lucieron junto a sendos perfiles de la imagen. Como es tradicional, manto y saya celestes vistieron a la advocación que da nombre al templo más importante de la ciudad, mientras que la talla llevó el pecho y las manos llenos de medallas, rosarios y colgantes.
Para poder ver las joyas de la talla, ríos de gente llegados de muy diversos rincones del municipio abarrotaron previamente todos y cada uno de los metros que conforman el itinerario, especialmente para presenciar la salida, que ofrece cada 15 de agosto una estampa donde ni un centímetro de aceras y adoquines queda libre, y donde el paso casi tiene que abrirse hueco entre las estrecheces a las que queda reducido el cortejo.
Centenares de vecinos y foráneos, que ya quisieran para sí otras advocaciones de la ciudad, cumplieron con la tradición de acudir a la procesión, y quisieron participar también de otra costumbre más reciente que, a pesar de la crisis por la que pasamos actualmente, llenó los bares y cafeterías del pueblo para desayunar al comienzo de una jornada de 15 de agosto que, en Utrera, trae aromas cargados de siglos de historia y devoción.