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La vuelta de los magos

Suele ocurrir al final de cada año, una auténtica peste de adivinadores, hechiceros y otros incalificables invaden las páginas, ondas y programas singulares de la televisión.

el 16 sep 2009 / 04:41 h.

Suele ocurrir al final de cada año, una auténtica peste de adivinadores, hechiceros y otros incalificables invaden las páginas, ondas y programas singulares de la televisión. Su misión es decirnos lo que va a pasar durante el año que empezará. Luego desaparecen o se refugian en programas tardíos de la noche canalla, esa que no responde ante nada ni nadie. Al año siguiente vuelven, como si nada hubiera pasado ni nada hubieran predicho.

Los grandes economistas empleados en la cosa pública o la privada están cogiendo la misma trocha. Aparecen, profetizan o largan su homilía de expertos, luego se quitan de en medio y siguen mandando, sin responder ante nadie, en un alarde de dontancredismo digno de empresa literaria.

Trichet, el jefe del BCE, ha venido a decirnos qué tenemos que hacer durante la crisis pero, al mismo tiempo, no nos ha dicho por qué nos metieron en ella y, mucho menos, qué tienen previsto ellos para sacarnos del lío en el que nos han metido.

Como ya hiciera y no enmendara su colega del Banco de España, ha vuelto a decir que la clave es la reforma del mercado de trabajo, como también preconiza la patronal, el G-100 y todos aquellos que, pase lo que pase, siempre encuentran la solución a todos sus desvaríos en facilitar el despido, hacerlo más barato, todavía, tener las manos libres para contratar de cualquier manera y con cualquier ocasión y que los jueces no intervengan, es decir, a cencerro tapado.

También como a Miguel Ángel Fernández Ordóñez cuando estuvo en Sevilla, a Trichet se le ha olvidado recetarnos alguna pócima para que los ejecutivos, los del core del desastre financiero en el que estamos sumidos, controlen sus salarios y tengan algo de estética en el mangazo planetario que acaban de dar. N.B.

Sólo para los que no han votado en las europeas: no podemos esperar menos de un gobernador del BCE que depende muy mucho de unos gobiernos europeos mayoritariamente conservadores y un Parlamento, que debe controlarlo, cuya mayoría, porque así democráticamente han querido los electores, tiene la misma sensibilidad que el Greenspan del viejo mundo.

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