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Lama de Góngora abre la Puerta del Príncipe y despierta ilusiones

el 13 jul 2012 / 08:41 h.

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PLAZA DE LA REAL MAESTRANZA
Ganado: Se lidiaron seis erales de Villamarta, desigualmente presentados y de buen juego global excepto el brusco tercero. El de mayor clase fue el ensabanado sexto.
Aspirantes: Miguel Ángel León, de Gerena (verde manzana y oro), oreja y vuelta al ruedo tras petición.
Diego de Llanos, de la Fundación El Juli (tabaco y oro), silencio y ovación tras leve petición.
Lama de Góngora, de la Escuela de Sevilla (espuma de mar y oro) oreja y dos orejas.
Incidencias: La plaza registró casi tres cuartos de entrada en noche cálida. Lama de Góngora abrió la Puerta del Príncipe.

Nos reconcilió con la fiesta, con la ilusión del toreo y abrió de par en par esa puerta inquietante que se mira en el Guadalquivir. Han tenido que pasar dieciocho años, la edad de muchos de los aspirantes anunciados, para que un novillero sin picadores vuelva abrir ese portón de los sueños que hará mucho bien a una cantera taurina, la de Sevilla, necesitada de un valor a seguir.
El joven Paco Lama ya se había mostrado resuelta y sinceramente entregado con el garbanzo negro del encierro de Villamarta, un tercero reservón, parado y protestón al que supo buscar las vueltas. La nueva promesa del barrio del Arenal, sin cansarse de estar siempre metido entre los pitones, supo resolver la papeleta con solvencia y echó abajo al novillote atracándose en una estocada de la que salió prendido sin consecuencias. La oreja era lógica y con peso específico.

Pero aún quedaba el sexto. Le habíamos visto resolver con el malo pero queríamos verlo torear, en el más amplio sentido de la palabra con el bueno, un sexto al que cuajó de cabo a rabo desde que lo recibió con un ajustado farol. Con la muleta en la mano, acoplado por completo al buen novillo de Villamarta el toreo comenzó a brotar: mostrando primero su sentido artístico, el desparpajo en la cara de su enemigo, el excelente trazo de los muletazos y hasta la escenificación de su labor. Pero fue con la muleta en la mano izquierda cuando la faena estalló definitivamente y se empezó a oler la Puerta del Príncipe. Los naturales se sucedían, intercalados de imaginativos pases de pecho, y el público botaba en los tendidos abarrotados. El sabor, la personalidad -aunque debe desterrar ciertos excesos escénicos- se hicieron presentes en una faena que no habría sido posible sin la ecuación de ilusión, entrega y fe que la alentó. Lama se fue detrás de la espada y aunque el novillo tardó en morir las dos orejas eran obligadas. Que sean muchas más. Enhorabuena.

También se llevó un trofeo de muy distinto peso Miguel Ángel León, un chico de Gerena que sabe vender bien la mercancía, que conecta bien con los públicos aunque le falta algo de reposo y compromiso para dejar un poso más perdurable más allá de la alegría espumante que imprime a su trepidante toreo. No convenció a casi nadie el madrileño Diego de Llanos, excesivamente desconfiado, colocado siempre en las afueras y toreando al hilo.

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