Es sin duda uno de los mejores poetas sevillanos vivos, y últimamente también de los más asiduos en las librerías. Tras publicar hace dos años El fin de la magia, Juan Lamillar regresa a los anaqueles de novedades con La hora secreta (Renacimiento), el libro que le valió el premio Villa de Rota en su última edición.
"La hora secreta y recatada/ con silencio se acerca..." Los endecasílabos de Quevedo dan título y unidad a los últimos versos de Juan Lamillar (Sevilla, 1957), medio centenar de poemas "que tienen que ver con el tiempo, con la presencia de la muerte", según explica el propio autor. Sin embargo, ningún lector encontrará en estas páginas cantos deprimentes o autocompasivos. El existencialismo del autor es definitavamente optimista: "Hay en el libro una aceptación de nuestro destino fatal, pero también una llamada a disfrutar de lo que tenemos. Existen muchas cosas cosas que nos compensan de la fugacidad de la vida", añade.
También se reconocen en las páginas de La hora secreta temas e imágenes recurrentes en la obra de Lamillar, como son las alusiones a las artes plásticas o la música. "Prácticamente en todos mis libros aparecen esas disciplinas que complementan muy bien a la poesía, y que además tienen un gran valor en mi vida", admite.
Acaso el apartado más abiertamente andaluz sea el titulado La luz sobre la piedra, donde el poeta hace una hermosa evocación de Sevilla en Semana Santa que reproducimos junto a estas líneas por una cuestión elemental de oportunidad, pero también por su altura poética. "Lo escribí desde la nostalgia, en Galicia", recuerda Juan Lamillar, que se reconoce deudor de dos grandes poetas españoles de posguerra: el cordobés Pablo García Baena, "que representa la palabra escogida, la sensualidad", y el valenciano Francisco Brines, "que canta como nadie a la meditación, a lo elegiaco", apostilla el escritor sevillano.
