Soy de los que creen que, a estas alturas, la mayoría de la gente que piensa ir a votar ya ha decidido. Otra cosa son los que dudan entre ir o no. Eso me lleva a considerar dos cosas: una, la gente no tiene un pelo de tonta, después de cuatro años, tiene calado al personal; dos, el marketing político esgrimido por los candidatos mayoritarios tiene dos objetivos: en la derecha, tener enaltecidos y prietas las filas de sus falanges y, en la izquierda, movilizar a los que no se muestran muy dispuestos a votar. Otra cosa son los empujones; los obispos empujan apostando por los suyos sabiendo que si pierden no les pasará nada porque nadie va a ir a contar cuántas señoras siguen yendo a misa y que el Gobierno, aun socialista, se cagará de nuevo y no les negará el alpiste.
El abad de Montserrat empuja porque quiere su propio púlpito y los curas vascos sólo se dejan empujar por El Vaticano. Otros empujones se dan previendo el más allá del 9-M, véase Gallardón vs Aguirre, a Rubalcaba le han dado el empujón a Cai y a Pizarro-PZ (pezeta) -se lo han dado para que agradezca algo-. Ahora, con su cara, no se atreven a pasearlo mucho; de Andalucía ha dicho PZ lo de siempre: están subvencionados. Por cierto, he pagado la luz, a la empresa que él dirigía, la que se quedó con Sevillana, y la factura está domiciliada en Barcelona y Telefónica en Madrid. Lo digo por lo de las balanzas fiscales. En fin, en Cataluña le han dado portazo como a los obispos. No se crean el marketing de estos días, no hay que tenérselo en cuenta. Lo más útil es mirarle las caras y, si quieren profundizar, relean el catecismo que ahí está la clave.
Licenciado en Derecho y Antropología
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