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Las coartadas del maltrato

La terapia con los agresores pasa por desmontar sus excusas para justificarse

el 20 nov 2010 / 19:51 h.

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"Es que ella es muy cabezota", "me provocó", "estaba muy estresado y se me fue la olla", "perdí los nervios". Son algunas de las excusas más repetidas por los agresores condenados por violencia de género que este año han pasado por un programa piloto en el que un juez decidió sustituir otras medidas penales por la asistencia obligada a terapia. La experiencia se ha realizado inicialmente con 48 maltratadores en Sevilla y Granada (divididos en cuatro grupos de 12, dos por provincia) que aún están en fase de evaluación, pero se repetirá de nuevo a finales de año extendida a todas las provincias con 12 grupos en total.

Se trata de un proyecto en el que participan nueve comunidades (en la próxima edición se incorporarán tres más) en colaboración con el Ministerio de Igualdad (ahora integrado en el de Políticas Sociales). Es un juez quien determina a qué condenados les conmuta otras penas por la terapia y se trata de hombres sin delitos graves (agresiones que no conllevarían penas de cárcel superiores a dos años) y se exige que estén limpios de adicciones a drogas o alcohol. En todos los casos el juez dictó también orden de alejamiento, por lo que no mantenían relación con la víctima.

La asistencia a la terapia es tan obligatoria como si tuvieran que presentarse cada quince días en los juzgados y de hecho, tres de los 48 participantes de este año fueron expulsados por no ir de manera continuada a las 25 sesiones (una por semana) estipuladas. En estos casos, se comunica al juez de vigilancia penitenciaria para que revise la pena.

Al ser obligatoria -en las cárceles se realizan otras terapias con condenados presos cuya asistencia es voluntaria aunque conlleva beneficios penitenciarios-, los agresores acuden "sin motivación para cambiar sino porque tienen que estar", explica el coordinador técnico del programa, Juan Ignacio Paz. Por ello, lo primero es trabajar el "reconocimiento del problema, porque siempre buscan excusas".

"Llegan con justificaciones y tras muchas subyace la idea del tuve que hacerlo porque no me hacía caso", señala Paz. Curiosamente, muchos no entienden por qué la mujer les ha denunciado ahora, ya que normalmente la víctima no denuncia por el hecho más grave sino por la "gota que colma el vaso que, a lo mejor, es un empujón, y el agresor se pregunta ¿por un empujón me denuncia? y no tiene en cuenta todo lo anterior".

Así, en la terapia se trabaja la toma de conciencia del problema, de dónde viene esa violencia, la visión de las relaciones de género, las conductas sexuales, el control de la ira, y, sobre todo, la empatía. "Se enfrenta al agresor a una situación en la que estuvieran todo el tiempo menospreciándolo y se le hace reflexionar sobre cómo se sentiría", subraya el responsable del proyecto.

Paz reconoce que en todos los casos con los que se ha trabajado se aprecia un punto de inflexión "cuando toman conciencia del daño que han causado en sus hijos, aunque a ellos no les hayan agredido físicamente" y subraya que la terapia grupal da mejores resultados que la individual porque "hace que vean en otros conductas similares y cómo van cambiando, aprenden no sólo de los terapeutas -siempre un hombre y una mujer por grupo- sino también de los demás".

Con todo, tras esta experiencia piloto, cada comunidad ha elaborado un informe con sus propuestas de mejora. Desde Andalucía, los profesionales son partidarios de combinar la terapia grupal con la individual. Paz defiende también que habría que hacer un trabajo separado con los inmigrantes, por las dificultades del idioma y por la necesidad de adaptar la terapia a los diferentes contextos culturales, y con los más jóvenes con los que "curiosamente se han producido más dificultades".

Ninguno de los participantes ha vuelto a ser denunciado, todos valoran la terapia y se detectan cambios pero Paz destaca que "los cambios se tienen que mantener en el tiempo". Por eso, su propuesta es ampliar del año previsto a tres el plazo durante el cual el maltratador es sometido periódicamente a test y entrevistas en profundidad.

Reconoce que uno de los problemas es valorar la evolución "con lo que ellos cuentan", aunque los test y los psicólogos tratan de detectar "la disimulación y las incoherencias". A las víctimas, que serían una buena fuente de información, se les comunica la medida pero "no se las puede implicar en la terapia". Paz alerta de que "hay que tener cuidado con generar en ellas altas expectactivas, si creen que se van a volver buenos, las hace vulnerables a la reconquista". Algunos de los participantes tenían la motivación de intentar volver con ellas, aunque no es generalizado.

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