Después de las elecciones vascas y gallegas, Zapatero llegó a la conclusión de que la soledad del PSOE en el Congreso de los Diputados podría solventarse con un ejercicio de "geometría variable" que, en suma, significaba la posibilidad de llegar a acuerdos puntuales con unos y otros para sacar adelante las leyes y decretos más relevantes de su Gobierno.
En mayo, comprobó en el debate sobre el Estado de la Nación la dificultad de llevar a la práctica esta nueva estrategia: no consiguió apoyos para ninguna de las ofertas que formuló desde el estrado de la Carrera de San Jerónimo. Ayer, sufrió otro revés de alcance: llegó a un acuerdo con IU para la subida de impuestos a las clases más altas y la aplicación de criterios de progresividad a ayudas como la del cheque-bebé y tuvo que retirar la enmienda sólo cinco horas después de pactarla.
Más allá del análisis de las propuestas, que ahora quedan pendientes, los vaivenes en torno a ellas tienen dos lecturas. La primera se liga a la propia indefinición en este punto del propio Partido Socialista, que ayer anunciaba esta subida de impuestos después de haberse expresado públicamente durante las últimas dos semanas en contra de nuevos incrementos de la fiscalidad (no hay más que recordar la entrevista en Cuatro del presidente o la intervención de Elena Salgado en el Consejo de Ministros en el que anunció la subida de la gasolina y el tabaco). La segunda se refiere a la necesidad de que se busque aliados fiables.
Los portavoces del PSOE en la Cámara Baja, José Antonio Alonso y Eduardo Madina, están sufriendo la falta de apoyos de un Gobierno al que casi todos quieren sacarle el mayor crédito electoral posible. Ayer empezó pactando con IU y terminó acercándose a CIU. Algo que dice mucho de la debilidad del Ejecutivo y también de la propia actitud ventajista de grupos como Izquierda Unida o los nacionalistas, que se mueven más buscando ventajas particulares que en defensa de los intereses de los ciudadanos a los que dicen representar.
