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Las dos caras del fútbol

Que Javi Navarro no haya jugado a lo largo de su carrera en el Real Madrid, por ejemplo, no es casualidad. No lo es porque, para empezar, la personalidad del ya ex jugador del Sevilla no casa demasiado con ese star system futbolístico, repleto de glamour y vida publicitada.

el 16 sep 2009 / 03:13 h.

Que Javi Navarro no haya jugado a lo largo de su carrera en el Real Madrid, por ejemplo, no es casualidad. No lo es porque, para empezar, la personalidad del ya ex jugador del Sevilla no casa demasiado con ese star system futbolístico, repleto de glamour y vida publicitada. Y no lo es tampoco porque, siendo sinceros, ni el perfil del Real Madrid ni el de su entorno periodístico casa con él. Probablemente desde la capital hayan llegado las críticas más duras, a veces con argumentos y otras engrosadas con burda demagogia, al futbolista valenciano, que a raíz de muchos de esos ataques ha desarrollado una coraza contenida que no ha abandonado en sus últimos años de profesión, ni siquiera en el día de su despedida.

Javi Navarro siempre arrastrará una fama de jugador duro, contundente, agresivo, y siempre le acompañarán algunas imágenes desagradables que han marcado su carrera, como la del impacto con Arango, en el Mallorca-Sevilla disputado el 20 de marzo de 2005, que acabó con el venezolano en el hospital. Pero afortunadamente su estancia en el club hispalense (llegó en el verano de 2001, tras el ascenso a Primera) ha hecho justicia deportiva a un profesional que ha mantenido un nivel espectacular durante varios años, por mucho que desde algunos círculos, sobre todo capitalinos, se haya ignorado.

Tanto es así, que a Javi Navarro el Sevilla lo recordará para siempre como el 'capitán de las cinco copas'. El defensor encarna en el sevillismo la imagen del liderazgo y de la felicidad. Verlo subir por las escaleras de algún estrado improvisado en un terreno de juego o acercarse a la preferencia para saludar al Rey Juan Carlos o al Príncipe de Asturias era sinónimo de éxtasis para los aficionados. Y esas imágenes de Javi Navarro levantando la Copa de la UEFA en Eindhoven y en Glasgow, la Supercopa de Europa en Mónaco y la Copa del Rey y la Supercopa de España en Madrid forman parte del mobiliario físico de muchas casas y del psicológico de la memoria colectiva sevillista.

Esos éxitos que él tan bien ha representado con su paso de la humildad a la élite han sido una culminación de una progresión colectiva, pero también particular. De hecho, llegó a alcanzar la internacionalidad absoluta a los 32 años. Se definió en su despedida como un "currante" del fútbol, y no le falta razón. Lo que más ha hecho es trabajar, sobre todo para superar lesiones. La primera grave, en 1997, en la rodilla izquierda, cuando apuntaba maneras en el Valencia. Tan difícil lo vio que sopesó la retirada e invirtió en una empresa de transportes por si acaso. Afortunadamente para él, los transportes funcionaron, y él, durante mucho tiempo más, también. Dos años le costó salir del túnel, pero lo hizo en Elche, en Segunda división.

Y de allí lo rescataron Caparrós y Monchi para el primer nivel. Diez años, cinco copas y varias fracturas -nasales, alguna en el brazo- después, aquella dolencia se trasladó de rodilla, pasó a la derecha para dejarle en el dique seco desde el 25 de junio de 2007, el día de la final de la Copa del Rey ante el Getafe. Apenas un mes después renovaba por dos años con el Sevilla con incertidumbre sobre su futuro deportivo, pero con la gran certeza de su pasado glorioso.

En el césped del Bernabéu se despidió de la competición oficial y en el césped del Sánchez Pizjuán se despidió ayer, entre lágrimas que esta vez no pudo reprimir, de su afición. Su adiós al fútbol, en cualquier caso, y más allá de su 'coraza sevillana' no ha tenido una repercusión espectacular en España, pero es que Javi Navarro, consideraciones físicas al margen, nunca ha desprendido ese calificativo. Ni en el juego ni en su vida. Amante de los deportes de riesgo, celoso de su privacidad, a pesar de algunos rumores rosa infundados, no ha sido un futbolista de dos caras. Si ha dado la mala, lo ha hecho de frente, y si ha dado la buena, igual. De una forma u otra siempre ha querido alejarse de fariseísmos, quizás, precisamente, porque conoce las dos caras del fútbol.

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