Ya casi nadie se acuerda de aquella película de Antonio Mercero -La guerra de papá- tomada de El príncipe destronado de Delibes, en la que un padre sigue viviendo en el papel de vencedor en la contienda civil española casi 40 años después de su final mientras su hijo de pocos años ha de hacerla suya aunque sea encelándose con un hermano recién nacido. Ahora esa historia de la guerra civil se ha trasladado, aunque no cruenta, a otros territorios, como la lucha por una plaza en un colegio concertado.
Los papás juegan a ella como si se tratara del Strategos u otro wargame: planifican su táctica con el arriendo ficticio de un piso o intentando que parezca que su hijo vive realmente con los abuelos o unos tíos, van incluso a un abogado en busca de un papel que afirme el inicio de trámites para una supuesta separación y, seguidamente, solicitan plaza en el centro docente escogido. Otros padres, cuyo vástago no ha sido admitido, comienzan por husmear quiénes son los otros hasta descubrir a alguien que, presuntamente, ha falseado datos. Luego ponen la denuncia procurando quedar en el anonimato.
Al final se llega a una sentencia después de años de litigio. La batalla entre papás termina con la victoria de un bando y la derrota del otro pero en el armisticio no se estipula, a parte de la negación a matricularse en el centro, una multa por fraude o una sanción similar. Por el contrario, la sentencia exige únicamente el cambio inmediato de colegio aunque falten 15 días para la finalización del curso. La pena a los papás por haber perdido se ejecuta -si la Consejería de Educación no encuentra modo de remediarlo- sobre una niña de 11 años. En este campo de batalla parece como si, al margen del enfrentamiento de los dos contendientes, hubiera jueces que hicieran otra guerra por su cuenta.
Antonio Zoido es escritor e historiador.
