Cultura

Las mil y una formas de disfrutar de la estrella

Todavía había quien se pellizcaba ayer para poder creer que, en un par de horas, Madonna iba a saltar al escenario del Olímpico. Miles de personas fueron llegando a los alrededores dispuestos a disfrutar, cada uno desde perspectivas muy diferentes, de un icono de la música.

el 15 sep 2009 / 11:55 h.


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Todavía había quien se pellizcaba ayer para poder creer que, en un par de horas, Madonna iba a saltar al escenario del Olímpico. Miles de personas fueron llegando a los alrededores dispuestos a disfrutar, cada uno desde perspectivas muy diferentes, de un icono de la música.

Si algo quedó claro ayer fue que no hay dos fanes iguales de Madonna. Es más, a veces hasta costaba encontrar a alguien que se declarara hooligan de la diva. Fuera por pudor o porque sonaba demasiado petardo, muchos iban por el acontecimiento y pocos porque, en el fondo, son seguidores irredentos de la ambición rubia. Éstos últimos lo llevaban en silencio. Tirando de la lengua, alguno, como Javier, confesaba que, con 43 años y siendo director de recursos humanos, este madrileño del barrio de Salamanca tiene su casa empapelada con Madonna.

Con decenas de colas repartidas por todo el estado Olímpico, las más de 40.000 mil almas que anoche acompañaron a la estrella no protagonizaron ninguna escena de muchedumbre ansiosa. Todo estaba en su sitio. Y entre los cuerpos de seguridad y los de protección civil, el único descontrol que podía rastrearse en las horas previas era el de quienes, con una copa de más, soñaban con que el césped era su escenario particular y bailaban el Ray of light al ritmo de una botella de whisky.

Afortunadamente, la mayoría, antes que ahogar su entusiasmo en vasos de plástico, decidieron vaciar sus carteras en las tiendas "oficiales" de merchandising. Camiseta del concierto a 35 euros, póster a 20 euros y, para los más frioleros, una sudadera por el módico precio de 90 euros. La crisis tampoco se hizo notar aquí. "He comprado tres llaveros, dos póster y cuatro camisetas", decía Ramiro, quien, llamativamente lucía la misma prenda que mostraba en una bolsa. "Es que ya la había pedido por correo a la web, aquí me he comprado otra para cuando ésta que llevo puesta se estropee", afirmaba apelando a la más profunda de las lógicas.

En una tarde como ayer, en la que los muy feriantes Gofres Belinda también hicieron su agosto en septiembre, no todo era despilfarro. A muchos ya les había escocido suficiente los 70 euros de la entrada más económica y hacían acopio de bolsas de supermercado para improvisar la merienda. En esas estaban Rodrigo y Jesús, dos bilbaínos que, haciendo gala de su militancia, orquestaron el picnic sobre la bandera gay. "¿Alguien quiere un café con leche de soja?", preguntaba Jesús a la concurrencia. "Tenemos tres objetivos en nuestra vida: promover la bandera del arco iris, ver todos los conciertos de Madonna que podamos y convertir al mundo al vegetarianismo", decía el portavoz de una pareja que presumía de haber visto juntos cuatro veces a Madonna.

La tarde iba avanzando y mientras los sevillanos festejaban el buen tiempo y "la fresquita" que hacía a la sombra, quienes venían de más allá de Despeñaperros se quejaban de los "terribles 28 grados que marcaba el mercurio viniendo por la Macarena". "¡Tenía que haber actuado en Madrid!", se atrevió a gritar un espontáneo. Acallado con abucheos, luego no tuvo más remedio que confesar que su casa, en Vallecas, le coge bastante más cerca de Madrid que del Estado Olímpico de la Cartuja.

La tarde iba avanzando a más velocidad que las colas, algo atascadas en las entradas de cada puerta. A las seis y media de la tarde, éstas comenzaron tímidamente a abrirse para los poseedores de las entradas vip. Para entonces, el dj Wally López debía andar algo mosqueado en el interior del estadio. El primer telonero de Madonna apenas tenía a dos centenares de personas dentro del recinto cuando la teoría marcaba que debía empezar su show.

¿Wally López?, ¿Robyn? Por allí no eran muchos quienes conocían a los primeros invitados estelares de Madonna. "No voy a contaminar mis orejas con otra música que no sea la de mi diosa", sentenciaba firme Manel, un barcelonés capaz de cantar todos los temas de la diosa al revés pero que, inexplicablemente, repetía que lo suyo, en realidad, era U2.

Cuenta atrás. Cuando los responsables de seguridad empezaron a dar paso, los ánimos hincharon el ambiente de adrenalina. No hay vuelta atrás, "aquí está la cantante más grande del universo", decía Juan, un vecino de Bellavista que se afanaba en encasquetar un bolígrafo entre los rezagados de última hora a cambio de 90 euros -entrada de Madonna de regalo-. Mirado de soslayo por la policía, Juan apelaba a Ebay y a " las reglas del comercio internacional" (?) para defender la legalidad de su reventa.

En la taquilla, las dependientas no descansaban precisamente. Muchos se animaron en el último minuto a ver a Madonna. Entre éstos, encontrar a un fan parecía misión imposible. Y todos señalaban el "acontecimiento" como la clave para desembolsar el buen puñado de euros que costaba escuchar en riguroso directo Frozen, por cierto, el tema estrella de la mayoría de los encuestados. Lejos queda La isla bonita, a los madonneros sevillanos les va más "la reina de las discotecas", como resumía Isabel Contreras. "Hemos hecho nuestras propias camisetas", decía señalando el atuendo de sus amigas. ¿Y después del concierto? "Pues nada, a esperar a que vengan U2, que son quienes nos gustan de verdad".

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