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Las pioneras de la Benemérita

Tenían la vocación heredada del abuelo, el padre, el tío. Desde la infancia llevaban el uniforme puesto, pero la ley las dejaba fuera del Cuerpo. Hace 20 años, al fin, la maldita norma cambió y Charo y Felisa pudieron convertirse en guardias civiles, las primeras de España. La conquista de la normalidad fue su mayor mérito.

el 16 sep 2009 / 08:15 h.

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Tenían la vocación heredada del abuelo, el padre, el tío. Desde la infancia llevaban el uniforme puesto, pero la ley las dejaba fuera del Cuerpo. Hace 20 años, al fin, la maldita norma cambió y Charo y Felisa pudieron convertirse en guardias civiles, las primeras de España. La conquista de la normalidad fue su mayor mérito.

Entre ellas fluye la camaradería de los que visten el mismo uniforme con un punto extra de complicidad, el de las compañeras que caminaron un mismo sendero complejo, inexplorado. Se conocen desde hace 20 años y hoy, con ojos nuevos y vivaces, repasan con júbilo su carrera de pioneras. Dos décadas en la Guardia Civil en las que no se ha agotado ni una pizca de la vocación que las sacó de casa siendo muy crías y las puso al servicio de los españoles.

Felisa Navarro entró en el Cuerpo a los 21 años, tras criarse rodeada de guardias: su abuelo, su padre, su tío, sus primos... Tenía dos hermanos varones y una hermana, pero ninguno sintió el deseo de perpetuar la saga en la Benemérita. Ella sí, desde siempre. Se preparó dos oposiciones (para Justicia, para un ayuntamiento) pero no veía claro su futuro. Hasta que en 1989 se permitió a la mujer incorporarse con derechos plenos a la Guardia Civil. No dudó. Desde Lora del Río (Sevilla), donde su padre estaba destinado, comenzó a entrenar y a formarse. En su casa encontró todo el apoyo. "Mi hermano y mi padre me seguían cuando corría y me animaban para que no parara. Para el salto de longitud saltaba a ojo en un campo de tierra", recuerda. Se enfrentó primero al examen cultural en la Complutense de Madrid, pasó el reconocimiento médico, el físico y el psicotécnico. Cada prueba era un filtro. "Pero iba bien preparada. Sólo tuve problemas con las flexiones, que estaban mal explicadas en el boletín y no entrené bien", relata entre risas.

Recuerda emocionada el día que dijo en casa que sí, que había pasado, que iba a ser guardia. "Mi padre estaba orgulloso y mi madre feliz, porque siempre defendió que, como mujer, fuera muy independiente y tuviera mi oficio", señala. Pasó por las academias de Baeza (Jaén) y Valdemoro (Madrid) y recibió el primer destino: Canfranc, Huesca. A la frontera. A estar medio mes entre nieve con su minifalda y sus tacones porque no había uniforme adaptado. Después vendría a Sevilla, a la Sección de Apoyo Logístico, y hasta ahora.

"Nunca" se ha sentido discriminada por ser mujer, ha trabajado "como una más" en cada destino, dice. Sin embargo, pasado el tiempo, lamenta no haber profundizado en su formación, no haber ascendido. No es que le haya sido más difícil por ser mujer y guardia, sino "sólo" por ser mujer. "Tengo un hijo, estoy divorciada y, como cualquier trabajadora, llevo adelante la casa, el crío, la vida. Te centras en eso y en tu trabajo, que llevas lo mejor que puedes, pero no avanzas. Es un mal generalizado entre las mujeres. Eso me apena", lamenta. Sus compañeros hombres, apunta, no se ven comprometidos a pasar por la disyuntiva: familia o trabajo.

con sucesora. Su compañera Charo Márquez asiente durante la conversación, dando fe de cada palabra de Felisa. También ella es hija del Cuerpo y una de aquellas 200 primeras mujeres que accedieron hace 20 años. Con apenas 18, no se lo pensó y optó por la Benemérita como su primera opción de vida. De Sevilla a la academia. Allí, recuerda risueña, se enfrentó a la vida "adulta", a las restricciones, la austeridad y la disciplina. A los tres minutos de ducha, a los 10 meses sin tele, a los fines de semana de reclusión. "No fue tan mala" la academia, dice, porque en ese tiempo conoció a su marido, con el que tiene dos hijos. Su primera experiencia fue en Paredes de Nava (Palencia). Se estrenó en una corrida de toros. "Allí el espectáculo no eran los animales, era yo. Todo el pueblo me miraba. Tenía más frío que vergüenza", explica. Después se hizo querer y medio pueblo la despidió llorando. "Como a todos los guardias", dice.

Ha pasado por destacamentos rurales, por la jefatura fiscal antidroga y ahora está en Operaciones, en Sevilla. "Tengo un destino de oficina, pero aquí todas hemos hecho de todo. Eso de que nos dan trabajos cómodos y no de calle es mentira. Hacemos lo que toca, y lo mejor que podemos", defiende. De todo hace, hasta esperar, por su condición de guardia y de mujer de guardia. Su hija, a la que gestaba con el uniforme apretado porque no tuvo camisa premamá hasta un mes antes de parir, quiere seguir con la saga. "Sólo con verla de uniforme sería la mujer más feliz. ¡Qué orgullo verla de alférez o de teniente!", reconoce. Con su mano grácil espanta los preguntas sobre desigualdades. "No las hay. Sufrimos la curiosidad al principio, pero eso se esfumó. Queda el trabajo", sostiene.

Trabajo callado, porque nadie parece reparar en sus 20 años de tarea. Felisa y Charo son unánimes al criticar el "olvido" de este aniversario por parte del Ministerio de Defensa. "Somos militares, estamos orgullosas. ¿Por qué la ministra sólo recuerda a los Tres Ejércitos? Ya basta de lejanía con la Guardia Civil".

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