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Las Siete Hermanas del Este de la Giralda

"Es la primera vez que escucho que Las Siete Hermanas se parecen a la Giralda", confiesa sorprendida Tatiana Postnikova, pianista de postín rusa afincada en Sevilla. Contrastan con el sentido común los tratados de Arquitectura, que acreditan poco menos que Stalin soñó con la Giralda para levantar sus siete famosos rascacielos.

el 15 sep 2009 / 07:53 h.

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"Es la primera vez que escucho que Las Siete Hermanas se parecen a la Giralda", confiesa sorprendida Tatiana Postnikova, pianista de postín rusa afincada en Sevilla. Contrastan con el sentido común los tratados de Arquitectura, que acreditan poco menos que Stalin soñó con la Giralda para levantar sus siete famosos rascacielos moscovitas.

Una web de tantas estupendas como pueden rastrearse en la rede de redes (www.nyc-architecture.com) avala la tesis de que el célebre dictador comunista ruso Josef Stalin (1879-1953) erigió tamañas moles de hormigón armado, hoces y martillos, no tanto a imagen y semejanza de la torre más famosa de Sevilla, pero sí con cierto regustillo almohade-cristiano, eso sí, ejecutado en versión libre al estilo estalinista. Para colmo, uno se percata dentro del citado portal de que hay sesudos estudios de expertos en los que se analiza y da por hecha tal conexión sevillana, aunque tamizada por el contacto directo que Stalin tuvo con la Giralda del antiguo Madison Square Garden, en pleno centro de Nueva York.

Que sepamos, Stalin nunca estuvo en Sevilla, pero sí se prendó del Edificio Municipal que en 1914 construyeron McKim, Mead&White y que, no por menos, se bautizó como la Giralda de Nueva York. Decimos bautizó, en pasado, porque se demolió en 1925, pero su idea no feneció bajo la piqueta.

A miles y miles de kilómetros de distancia, en el Moscú donde el Estado lo controlaba todo y el inmenso pueblo ruso pasaba graves hambrunas, Stalin daba órdenes, entre los años 40 y 50 del pasado siglo, a su pléyade de bienpagados arquitectos para que levantasen un ambiciosísimo programa de ocho rascacielos (Stalinskiye Visotki). De éstos sólo vieron la luz siete, porque el más descomunal de todos, el Palacio de los Soviets, no pasó de los planos pese a que, para hacerlo factible, a Stalin no le temblara el pulso y demoliese la catedral de Moscú en 1931 para hacer sitio a su tótem, la misma catedral que, 80 años después, se ha reconstruido palmo a palmo a imagen y semejanza de la original.

Así las cosas, hoy en día resisten -y con bastante éxito de público, como se detallará más adelante- siete torres a las se conoce como Las Siete Hermanas. Y si entre ellas son hermanas, ¿qué le tocan a la Giralda? Pues como mucho, y pese a los tratadistas que lo recogen, primas lejanas en el tiempo y el espacio, amén de en el estilo, por más que en cierto modo y a primera vista sí que quepa alguna asociación entre tan diferentes proyectos arquitectónicos.

Parecidos razonables. Tatiana Postnikova, la virtuosa del piano de la Sinfónica de Sevilla, es franca al respecto: "Jamás he oído que Las Siete Hermanas se parezcan a la Giralda, ni allí en Moscú ni aquí en Sevilla... Sí, quizás los últimos pisos de ambas tengan cierto parecido, y también es cierto que en Moscú los edificios suelen tener líneas más redondas, y estas torres rompen con este canon; además, el color grisáceo también ayuda a la comparación... Pero...".

Guennani Ulibin, artista ruso afincado en Osuna, aporta su razonamiento estético al asunto: "El parecido es más una coincidencia que una inspiración más o menos directa. Hay bastante parecido en las siluetas de las torres, y quizás puedan verse semejanzas, salvando los tiempos históricos, por cuanto que ambos proyectos fueron impresionantes y colosales en sus momentos, pero más allá de esto...".

Tampoco lo pone mejor el cónsul de Rusia en Andalucía, Héctor Morell, que se resiste a hablar siquiera de evocación o inspiración. "Ahora, si lo queremos analizar desde el prisma de que tanto la Giralda como estas torres rusas son iconos en sus respectivas ciudades...", sugiere.

La última parada declarativa nos lleva a dos arquitectos de la tierra giraldesca: ni Juan Suárez ni el decano de los arquitectos, Ángel Díaz del Río, habían reparado nunca en que hubiese correlación entre una y otras. "No conozco bien esas torres moscovitas; sí la famosa Giralda de Nueva York, que se derruyó", explica Suárez, quien declina hacer más valoraciones por falta de conocimiento de causa; Díaz del Río tampoco lo pone mejor: "¿Las Giraldas del Este...? Me suena la del Oeste, la de EEUU, que era célebre", espeta.

A base de prisioneros. Tampoco cabe parecido alguno en cuanto a la ejecución de ambos proyectos, pues que se sepa, los almohades no usaron mano de obra esclava para elevar su minarete, cosa que sí hizo Stalin, que aprovechó -¿le suena, lector, el paralelismo con las infraestructuras franquistas, como el Canal de los Presos?- la inestimable cooperación de los miles de alemanes apresados al final de la II Guerra Mundial (está acreditada, sin ir más lejos, esta participación en una de las torres más logradas del conjunto, la de la Universidad).

"Estos edificios, que lo son más que simples torres, están construidos con el sudor de los prisioneros políticos, que así que se estuviesen muriendo tenían que cumplir con su cuota, al igual que los arquitectos de Stalin, a los que forzaba a amoldarse a su gusto. Con él era dicho y hecho; no cabía otra", recuerda Postnikova.

Estilísticamente, nada hay tampoco en Las Siete Hermanas que recuerde a los paños de sebka tan característicos de los alminares islámicos; tampoco nada que se aproxime al donaire con que Hernán Ruiz II la dotó; frente a eso, hormigón y hormigón, altura, agujas en los remates, ornatos soviéticos y grandilocuencia típicamente estalinista; no por menos, a su misión propagandística, llamada a quedar inmortalizada vía arquitectónica, se la denomina arquitectura estalinista. La almohade, que también tenía intención de perpetuarse, sufrió no obstante una readaptación cristiana de la que salió gratamente airosa.

¿Demolerlos? "Una intervención similar sería impensable en Moscú; allí no hay forma siquiera de eliminarles sus atributos soviéticos... Son tan grandes, tan pesados, tan...", remata la pianista, que no puede abstraerse de la intrahistoria de los rascacielos. "Los disfrutamos nosotros ahora contemplados en frío, pero siguen haciendo llorar a muchas familias cuyos abuelos y padres se dejaron la vida en ellos", relata. Y añade: "Hay gente que ha pedido su demolición y que los califica de vergonzantes, pero la verdad, hay tantas cosas raras en nuestro país...".

"Los edificios no tienen la culpa del momento en que se les dio vida. Y en todo caso, por fortuna no tienen el mismo uso que antaño, se han remodelado, rellenado de vida, son otros aunque su aspecto nos recuerde a una época que no queremos recordar", añade al respecto el artista Guennani Ulidin.

Y el cónsul Héctor Morell los ve como "símbolos de Moscú tan típicos como la Giralda para nosotros; son edificios muy característicos, de los que el de la Universidad es el mejor, y sinceramente, habría sido una barbaridad demolerlos porque, con independencia de su momento histórico, se ve que tienen méritos como para ser preservados. Y no lo digo yo, sino arquitectos de prestigio moscovitas. Simple y llanamente, se distinguen de todo lo demás que se ha hecho arquitectónicamente en la ciudad; no tienen nada que ver con el Kremlin ni la Plaza Roja, y por eso impactan y gustan".

Si embelesan por fuera dada su majestuosidad, tampoco desmerece el interior, que aunque renovado en muchos casos, estaba pensado como un todo preciosista. Contenedor y contenido iban de la mano y fueron repensados por los arquitectos estalinistas. Tatiana Postnikova lo resume de modo muy gráfico: "Por dentro son como de Gaudí, con halls enormes donde hay que andar para llegar a los ascensores".

En el caso de la Giralda, lo que no hay apenas es, paradójicamente, cimentación, y mucho menos ascensor; más matices que separan, pese a la teoría, ambas obras, eso sí, igualmente faraónicas.

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