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Leales, antes que buenas personas

No hace mucho, con motivo de la clausura de un master en comunicación, el titular correspondiente a la información de la entrega de diplomas, venía a decir algo así como "para ser buen periodista, hace falta ser buena persona".

el 15 sep 2009 / 07:48 h.

No hace mucho, con motivo de la clausura de un master en comunicación, el titular correspondiente a la información de la entrega de diplomas, venía a decir algo así como "para ser buen periodista, hace falta ser buena persona". Y claro, la frase queda estupenda lo que pasa es que, aún reconociendo la buena voluntad de quien lo dijo, no parece que pudiera superar la prueba del algodón de la realidad. Para ser buen periodista, como para ser buen carpintero, buen informático, o buen aviador, no hace falta ser buena persona. Por mucho que se relativice el término buena persona, no parece que sea un requisito imprescindible para el buen ejercicio de una profesión y, desde luego no para el periodismo.

Tampoco se trata de que para ser buen periodista haga falta ser mala persona. De hecho, son numerosos los ejemplos de excelentes periodistas que han compaginado una trayectoria profesional ejemplar con el ejercicio de una bondad personal a prueba de bombas y desengaños. Pero también hay abundantes muestras de lo contrario, es decir magníficos periodistas que han basado gran parte de su ejecutoria profesional en hurgar en heridas abiertas, o en la destrucción de honras personales. Y estoy hablando de buenos periodistas, no de los que no dudan en escarbar en escabrosas intimidades, o publicar noticias destructivas sin haberlas sometido a los parámetros de la verdad. Esos, ni son buenas personas, ni buenos periodistas, y les cuadra perfectamente la famosa frase de que "la verdad nunca te estropee un buen titular".

Quienes hemos ejercicio el periodismo durante muchos años, nos hemos encontrado más de una vez ante el dilema de las consecuencias, para otros, y también para uno mismo, que puede desencadenar una información. El derecho del público a ser informado debe prevalecer sobre los beneficios o perjuicios personales que puedan derivarse de esa verdad que los buenos periodistas tienen la obligación de dar a conocer. No hay amigos, no hay simpatías, no hay compasión. La noticia es la noticia y el periodista debe ser un mero instrumento. Así debería ser, pero no lo es.

Los periodistas, como todo el mundo tenemos nuestras dudas, nuestros miedos, nuestros complejos y nuestras fobias. Tenemos memoria, corazón y algunas veces cerebro. Somos personas, y a casi todos nos gustaría ser buenas personas. Pero si entendemos como tales a quienes, como aptitud vital, rechazan el hacerle daño a otro y se rigen por una escala de valores que encabeza la bondad, tendremos que admitir que, en muchas ocasiones, no podremos serlo. Otra cosa es que seamos leales, a nosotros mismos, al ejercicio del periodismo entendido como la búsqueda de la verdad, y también leales a nuestra obligación para con el público que depende de nosotros para conocer esa verdad. Y, puestos en la disyuntiva, muchas veces hemos tenido que elegir el ser leales antes que buenas personas.

Periodista. juan.ojeda@hotmail.es

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