Lola cuenta que sintió «miedo» cuando le comunicaron su destino para este curso como profesora del instituto Romero Murube, en el Polígono Sur. «Nunca antes había estado aquí y lo único que conocía era lo que veía en televisión: sucesos y cosas malas». Recuerda «el temor» con el que acudía a clase los primeros días y los «reparos» que le asaltaban cada vez que salía del recinto escolar. «Era más por desconocimiento que por lo que realmente es», matiza ahora después de un mes de trabajo y de convivencia con quienes viven en esta zona en transformación social de la ciudad, «castigada por los tópicos». La situación de Lola la comparten otros tantos docentes primerizos del Polígono Sur y el alumnado de la vecina residencia Flora Tristán de la Universidad Pablo de Olavide (UPO). Ayer algunos se convirtieron por unas horas en cicerones de quienes por primera vez ponen un pie en el barrio. Fue dentro de la denominada Recogymkha, organizada por la oficina de la Comisionada para el Polígono Sur y la residencia Flora Tristán en colaboración con entidades y vecinos. El punto de partida: el centro cívico El Esqueleto. Hasta allí fueron llegando en la hora de la sobremesa los participantes de esta «actividad lúdica-educativa». A modo de estandartes, se iban delimitando con cartulinas de colores las seis rutas programadas para conocer la barriada y «los cambios» que se han ido produciendo en estos últimos años. También la comisionada para el Polígono Sur, en silla de ruedas por lastimarse el tobillo, se sumaba a una de ellas tras dar la bienvenida en compañía del director de la Flora Tristán, Juan Blanco; y la vicerrectora de Cultura, Participación y Compromiso Social de la UPO, Elodia Hernández. «El barrio es de todos y, si queréis, os hará suyo», saludó María del Mar González mientras animaba a los presentes «a trabajar por y para el barrio», pues «necesitamos hacernos fuertes para transformarlo». «Hemos avanzado mucho pero aún nos queda otro tanto por construir», aludía en referencia al Plan Integral diseñado para el Polígono Sur y que actualmente se encuentra en fase de revisión para adaptarlo a «las nuevas necesidades de la zona». Sus palabras sirvieron de pistoletazo de salida para ponerse en marcha y adentrarse por los seis barrios que conforman el Polígono Sur. Al frente de la expedición de La Oliva se encontraba una joven asturiana, «de Gijón» para más señas, que tras la experiencia del año pasado se había convertido en voluntaria de esta iniciativa que cumple cinco años y que pretende «desmotar los clichés» que pesan sobre el Polígono Sur. Esta joven alumna de Trabajo Social y Sociología comenta que tuvo que convencer a su familia para que le dejaran venir aquí a estudiar. Más aún pues su llegada coincidió en el tiempo con la venganza entre familias rivales que acabó con la muerte de una menor. «Ves que hay carencias, sí, pero no tantas como te pintan». La joven que ya se pierde por el entramado de calles en busca de La Oliva destaca la clave de arraigo que despierta el Polígono Sur:«Prefiero estar aquí porque es un barrio que es una comunidad, un pueblo. Donde todos nos conocemos y nos apoyamos en todo», se despide con su acento norteño mientras que en el grupo 1 hace su primer alto en la misma puerta del complejo El Esqueleto:«Es el corazón del barrio. Costó terminarlo. De ahí su nombre pero una vez terminado acoge talleres, actividades, reuniones de asociaciones...», explica Ale, joven profesor de zumba del barrio. Cuesta transitar por la calle José Sebastián Bandarán. Falta acerado y los desniveles son pronunciados. La propia comisionada explica que «está pendiente de urbanizar en noviembre». Una imagen que contrasta con las dos plazas aún sin nombre «que se han arreglado y que se mantienen un poco más arriba». Lola atiende con especial interés cada explicación y confiesa que se está llevando «una grata sorpresa»:«Está bastante mejor que lo que creía. Bastante mejor urbanizado y bastante limpio», alaba mientras se adentra en los llamados comerciales verdes. En la explanada próxima varios gallos evidencian algunas actividades ilegales que aún se mantienen. «Hay peleas de gallos. A ver si acabamos con ellos», reconoce otra de las voluntarias-monitoras. Verde, marrón, amarillo y ocre... son las denominaciones que adquieren las zonas del barrio Murillo «como los colores de la paleta del pintor», revela la comisionada y confiesa que en los comerciales, además de tiendas, «se pueden comer unos buenos churros con chocolate». Con el estómago lleno, el camino continúa hasta la parroquia de Jesús Obrero, donde se ha constituido la agrupación parroquial Bendición y Esperanza. «Realizan una gran labor con los más necesitados», subraya otro de los monitores mientras Lola empieza a acordarse de su hija: «Tenía que haber venido. Es una oportunidad única para conocer esto». Era su recomendación final para «patearse la realidad más acogedora» del barrio.