Ha pasado tiempo desde que Paul Goodwin tocara el oboe para Trevor Pinnock y su English Concert, especializándose en autores como Bach y, sobre todo, Vivaldi. Desde entonces se ha convertido en un todoterreno y buena muestra de ello es el concierto que ofreció anoche en el tan anhelado regreso de la temporada de abono de la Sinfónica.
Con un programa de carácter eminentemente programático, comenzó su recorrido meciéndonos al son de la olas evocadas en Las Hébridas de Mendelssohn, consiguiendo también sobresaltarnos con su tempestuoso final. In a Summer Garden de Delius es una agradable pastoral con reminiscencias impresionistas que Goodwin dirigió con una muy delicada atención a matices y colores. La suite de El pájaro de fuego de Stravinsky resuló tan fascinante como matizada, cristalina y seductora, con un trabajo excelente de la cuerda grave y una perfecta afinación y conjunción en todos los instrumentos.
Siempre es un placer disfrutar de la maravillosa Nathalie Stutzmann en esta ciudad que ha visitado ya varias veces. Finura y elegancia definen tanto su voz como la interpretación dramática de los poemas ensamblados por Berlioz en Las noches de verano. Un ciclo centrado en el amor y la muerte al que la contralto adaptó su voz como un guante, recorriendo con portentoso oficio cada registro que la intrincada partitura exige, y que ha hecho que una interpretación adecuada requiera tenor y mezzo, algo que con ella ciertamente no se echó de menos.
Perfecta en matización, entonación y modulación, su voz grave y gruesa, y en ocasiones suave, hubiera brillado aún más con un aspecto algo menos desaliñado.
