Cultura

Libros que curan

Desde la Biblia hasta Mein Kampf, el descomunal poder de los libros para sanar o enfermar al ser humano parece largamente contrastado a lo largo de la historia. Conscientes de los efectos terapéuticos de la literatura, expertos de la Universidad de Sevilla ofrecen sus recetas para los males más comunes.

el 15 sep 2009 / 18:04 h.

Desde la Biblia hasta Mein Kampf, el descomunal poder de los libros para sanar o enfermar al ser humano parece largamente contrastado a lo largo de la historia. Conscientes de los efectos terapéuticos de la literatura, expertos de la Universidad de Sevilla ofrecen sus recetas para los males más comunes.

Los fogueados marines ignoraban que en las vicisitudes del intrépido Áyax tras la guerra de Troya habrían de encontrar la única forma posible de expiar su propio horror acumulado. Cuando terapeutas y psiquiatras ya habían hecho por estos soldados todo lo que estaba en sus manos, el viejo Sófocles lograba por fin extraerles, con sus versos como dedos de neurocirujano de hace 2.500 años, las peligrosas lascas que llevaban alojadas allí donde no podían entrar los bisturíes ni los calmantes. "Estoy emocionado por haber formado parte de esto", dijo a la BBC Brian Dorries, uno de los actores del elenco. Está por ver si se repetirá la experiencia con el resto de los 40.000 excombatientes norteamericanos diagnosticados con síndrome de estrés postraumático tras la invasión de Irak.

"De todas formas, no creo que la literatura cure de nada -advierte Manuel Rubiales, desde el departamento de Filología Francesa de la Hispalense-: entretiene, instruye, acompaña a los solitarios; ayuda a sobrellevar. ¿Recuerda usted a Carvalho, el detective de Manuel Vázquez Montalbán que quemaba los libros que había leído porque no le habían ayudado a ser feliz? Yo, a mis 58 añitos, estoy preparando mi chimenea particular, sigo comprando libros, los comienzo y los abandono a las pocas páginas. La carne está triste, ¡ay!, y ya he leído todos los libros, escribió Mallarmé. ¿Qué libros salvaré? No lo sé todavía, pero La isla del tesoro será uno de ellos." La de Robert Louis Stevenson es la primera novela que leyó y a la que, según dice, siempre vuelve.

Aun así, el propio Rubiales reconoce a la literatura el efecto farmacológico de crear adicción ("letraheridos, que se llaman"). Y Rafael de Cózar, que fue pintor antes que literato y que hoy añade a ambos dones el de impartir clases de Literatura Española en la Universidad de Sevilla, se ve en un apuro para elegir uno de entre los muchos libros a los que encuentra propiedades curativas.

Encamado durante casi un año por una larga enfermedad de la infancia, las biografías de Van Gogh, Modigliani, y Lautrec fueron "referentes claves, incluso terapéuticos". Hoy, para las dolencias más habituales, recomienda el drama Esperando a Godot, del sombrío y pesimista Samuel Beckett, y todas sus novelas (sobre todo Watt, Molloy y Malone muere). "Como terapia relajante y contrapunto suelo usar los cómics de Ibáñez."

Quien necesite un purgante puede encontrar algo de Kafka en cualquier librería. Darío Barrera, del departamento de Filología Inglesa de la citada institución, recomienda "el mejor entre los mejores": La metamorfosis. "La verdad es que los efectos son más perturbadores que terapéuticos", pero constituye "un excelente revulsivo".

Un reconstituyente: Como agua para chocolate, de la mexicana Laura Esquivel. Es lo que metería en su botiquín la profesora María del Rosario Martínez, de la asignatura Literatura Española del Siglo XIX y la Época Contemporánea. "Nada mejor que las deliciosas recetas culinarias que se van elaborando a través de sus páginas", dice, "para evadirse de los problemas y volcar en ellas el amor reprimido. Creo que la autora consigue que tengamos una verdadera experiencia catárquica y hacernos sentir muy identificadas con su protagonista, Tita, y contagiarnos de sus sentimientos, estado de ánimo y ganas de seguir luchando ante las injusticias de la vida y la sociedad".

En un despacho cercano de la misma facultad, el profesor Pedro Carbonero, de la asignatura Lengua Española, ofrece remedio a quien necesite un oculista: "Le Petit Prince (El principito), de Antoine de Saint-Exupéry, invita a mirar el mundo con otros ojos." El estrés se combate con El bosque animado, de Wenceslao Fernández Flórez, según la experiencia de la docente Concha Pérez, de Filología Francesa.

Un libro que recuerda "con especial placer" porque le hizo sentir "la calma de saberse parte del todo, con su maravillosa presencia de la fraga [terreno escarpado y lleno de maleza] y de lo humano más ancestral". Y para aquellos pacientes con molicie intelectual, la directora de ese mismo departamento universitario, Carmen Ramírez, sugiere Salammbô, de Gustave Flaubert, y Les Mille et Une Nuits, de Antoine Galland, a las que atribuye una gran "eficacia intelectiva". Ambas obras, sostiene esta profesora, "sorprenden por su poder de creatividad, su lucidez histórica y su fascinante imaginación".

Que se sepa, el mejor remedio literario contra las espinillas y otros males de la adolescencia ha sido siempre Hermann Hesse: Demian, El lobo estepario... Mary Heli Cuenca, profesora de Fonética Inglesa, se queda con Siddharta. "Me sirvió de gran ayuda." En edades más curtidas, dice el profesor Francisco Salguero que funciona muy bien La montaña mágica, de Thomas Mann. "Su lectura me ayudó a plantearme el devenir existencial humano al margen del paso del tiempo."

Cualquier cosa, antes que los manuales de autoayuda para triunfar en cualquiera de las categorías de la desgracia. "No los recomendaría a una persona deprimida o con problemas", señala la filóloga Julia Fernández, profesora de Lengua Inglesa y defensora del tratamiento paliativo a base de ensayo y poesía. Su bálsamo más recurrente es la lectura de las Confesiones de San Agustín, llenas de pasión vital. Nada que ver con los anteriores. "Y no sólo porque los considero mala literatura, sino porque creo que generalmente no son eficaces como terapia. Quizá estaría más a favor de la literatura escapista (novela negra o de misterio) que de estos libros que pretenden solucionar problemas mediante simples consejos generales y lugares comunes y que suelen ser tan decepcionantes."

Adora a San Agustín y lo recomienda a todos los sufrientes, especialmente a los del amor, pensando en los cuales recita portentosos pasajes en español y, más de su gusto, en latín. "Me recuerda al poeta del que le hablaba ayer, Nizar Kabbani, cuando dice que cada vez que se separaba de una mujer, decía que sería la última vez y luego caía mil veces en el amor y moría mil veces".

A este Kabbani le habría venido de perlas el Canto a mí mismo de Walt Whitman en su traducción de León Felipe, si es cierta la cualidad que le atribuye el profesor Juan Frau: "Por el motivo que sea (el tono, el vigor y el aliento poético, sin duda) es una lectura que tiene para mí un efecto vigorizante."

Hay cierto consenso acerca del más recomendable de los antibióticos de amplio espectro: El Quijote. Es la sugerencia, por ejemplo, de la profesora de Crítica Literaria María Victoria Utrera. Comparte esta elección, desde el departamento de Literatura Española, el profesor Miguel Cruz Giráldez, sin olvidarse del poder regenerador de la Biblia ("sobre todo los Salmos") y la Rimas de Bécquer, "tan adecuadas para el desengaño amoroso".

También se declara consumidor de El Quijote el vicedecano de Filología Manuel Romero Luque, para quien la obra cumbre cervantina "trasluce como ninguna el afán del hombre por alzarse del suelo y espolea la confianza ilimitada en uno mismo". Pero hay compuestos para todos los males.

Puede leer el reportaje completo en la edición impresa de El Correo de Andalucía.

  • 1