Cultura

Llaves sin cerradura

Una exposición sobre los judíos en Andalucía lleva a la Fundación Tres Culturas una guía con las peculiaridades que han hecho de este pueblo uno de los más singulares de la Tierra.

el 16 jun 2014 / 23:29 h.

EXPOSICION LOS JUDIOS EN ANDALUCIA Aspecto de la exposición en la Fundación Tres Culturas sobre la presencia de los judíos en Andalucía. / José Luis Montero Es fácil decir de cualquier pueblo que es mágico, especial. Basta con echarle un poco de literatura al asunto. Pero sobre todo, es fácil decirlo del pueblo judío. Y sin necesidad de retórica alguna. Esto es cosa sabida para quienes hayan visitado Israel o, simplemente, para quienes se hayan interesado alguna vez, aunque sea levemente, por las vicisitudes y peculiaridades de los elegidos de Yavé. Pero pasarse de aquí a agosto por la exposición de la Fundación Tres Culturas, en la Cartuja, es un buen recordatorio. Y para quienes no sepan gran cosa acerca de esa sociedad tan antigua como inconfundible, supondrá todo un hallazgo y una prueba más de lo diverso, lo extraordinario y lo novelesco que es el mundo. Se trata de eso, de una gran novela hecha realidad; una narración que presenta a una etnia absolutamente convencida no solo de ser los elegidos de Dios, sino también de la necesidad de renovar permanentemente la alianza contraída con ese ser supremo y no siempre bienhumorado del que depende todo: su prosperidad, sus cosechas, su destino, su dolor, su patria... Esto es lo primero que se cuenta en la muestra del Centro Sefarad denominada La historia judía de Andalucía. Una excepción interesantísima al tedio generalizado que suponen las exposiciones hechas exclusivamente con paneles, como es el caso. Con semejante arranque, se podrá comprender mejor la fijación de esta sociedad en particular con los ritos. Son esas ceremonias, esos símbolos y esas liturgias las que actualizan permanentemente el contrato con Dios: el Shabbat, Rosh Hashaná (año nuevo), Pesaj (la pascua), el Shavuot (conmemoración de la entrega de las tablas a Moisés), Yom Kippur (expiación), Sucot (tabernáculos)... son nombres que todo el mundo ha oído mentar alguna vez, de la trascendencia que tienen para sus practicantes. Imagínese el visitante, por tanto, lo que podría pasar por la cabeza y por el alma de un descendiente de aquellos primeros israelitas al que no solo prohibieran desarrollar su creencia, sino que también lo obligaran a actuar contra ella, y por supuesto sin poder celebrar sus fiestas y sus rituales. Esto, que en cualquier otro grupo humano sería cuando menos molesto y por lo general insultante, en el caso de los judíos fue una tragedia que marcó su camino en la historia. Uno de esos hitos de desdicha en el itinerario judío fue lo sucedido en España a partir de 1492, con el decreto de expulsión y sobre todo con la obligación de conversión para los que se quedaran, una de las experiencias más terribles de esa nación en la diáspora. En la exposición está muy bien contado y resumido: cómo tuvieron que marcharse de la nación construida por los Reyes Católicos, o cómo se vieron obligados a disfrazar su fe con el barniz del cristianismo. Los primeros llevaron por el mundo a partir de entonces el recuerdo de Sefarad (España) y, como se ha contado tantas veces, incluso han conservado hasta hoy, de generación en generación, las llaves de sus antiguas casas en Sevilla, en Córdoba... Llaves para cerraduras que hace siglos que no existen, pero que siguen abriendo algún resorte imprescindible en la mente de los sefardíes y que, como se indica en los paneles de la Fundación Tres Culturas, «han servido para mantener vivo el deseo de volver a la tierra que se vieron obligados a abandonar». Curioso recordar, entre quienes se quedaron en España como falsos conversos (los marranos, como los llamaban entonces), aquel plato conocido popularmente como duelos y quebrantos, o sea, huevos con tocino. Muchos de estos judíos clandestinos, y otros que no lo eran tanto, acabaron marchándose también tras el insufrible martirio de la burla, la opresión, la sospecha, la delación. Y tras de ellos dejaron un capítulo de la historia de España pendiente de revisión y de justicia. Una de las características más interesantes de esta muestra es que tiene su faceta interactiva. El visitante puede dejar su opinión a través de internet, e incluso aportar datos: «Hacer sábado, sabadear... ¿Cree que alguna de las tradiciones o costumbres de su familia o de su pueblo puede tener un origen converso? Haga un comentario en el blog de la exposición». También se invita a conocer más sobre el tema de la misma, si bien lo que se narra en la muestra es un punto de partida bastante completo e ilustrativo de la peripecia vital de los judíos y de su presencia en España y Andalucía: calendario, ritos, símbolos, cómo eran las sinagogas y dónde estaban, festividades, los judíos de Sefarad a lo largo de la historia, Maimónides, los barrios judíos y la vida en ellos, leyendas, la población judía en España a día de hoy... Sevilla resalta en protagonismo, destacándose cómo su judería fue «la más típica e importante». Y así, de panel en panel, transcurre la increíble novela real de esa sociedad que se ha reconstituido en Andalucía, con cuatro comunidades: Sevilla, Málaga, Torremolinos y Marbella. «Hace unos años», reza un cartel, «se hizo una encuesta a escolares españoles. La mitad de los encuestados afirmaron que no querían tener un compañero judío de pupitre». Queda camino por recorrer, se dice en la muestra. Va a ser por caminar.

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