El enorme esfuerzo de las familias sevillanas de acogida, entre las que por desgracia para todos no siempre se encuentra gente demasiado pudiente, ha logrado renovar un año más la proeza: aunque mermada por la crisis, la expedición de niños saharauis procedentes de los campamentos de refugiados de Argelia estará aquí esta misma semana. El sábado y el domingo próximos, vía Aeropuerto de Málaga, llegarán a Sevilla los pequeños efectivos de esta legión de la alegría que volverán a dar sentido a la palabra manicomio cuando sus risas, sus carreras, sus gritos y sus más que jubilosos reencuentros con sus hermanillos españoles llenen los jardines del antiguo Psiquiátrico de Miraflores, tradicional punto de encuentro (y de despedida) entre los niños y quienes se hacen cargo de ellos durante dos meses cada verano. Es el programa Vacaciones en Paz.
Hay que hablar de proeza, sí, porque lo es, dadas las circunstancias; pero conviene dar un toque de atención a todas esas familias que, pese a habérselo propuesto muchas veces, no se deciden a apuntarse a esta experiencia, frenadas por la indecisión y el temor a equivocarse: la equivocación, sin duda, es no traerlos. Y más allá del rédito personal y de humanidad que esta vivencia deja en las familias de acogida, que es incalculable, está el beneficio que reporta a estos niños del exilio; chiquillos de entre 7 y 12 años para los cuales la alternativa a venir a España es quedarse todo el verano debajo de una lona, con temperaturas superiores a los 50 grados, sin apenas medios (más allá de la ayuda humanitaria) y en el rincón más inhóspito del lugar más árido del mundo: la Hamada.
Los datos son todo lo preocupantes que pueda ser el que uno sólo de esos niños, sólo uno, se quede en los campamentos sin poder venir, por culpa del dinero: en 2008, hace dos años, llegaron a Sevilla alrededor de 800; el año pasado, la cifra fue de 653; este año, el número es de 524, según la propuesta del cuadrante de vuelos de llegada, publicada por la Asociación de Amistad con el Pueblo Saharaui de Sevilla; una reducción del 20% que urge a la concienciación de quienes sí pueden permitírselo. En toda Andalucía, la cifra de este año es de 1.964, un 8% inferior a la de la temporada anterior.
Quienes se hayan apuntado por primera vez a esta aventura personal deben saber una cosa: sus vidas van a cambiar para siempre. No hay ni un sólo tópico que pueda resumirlo, pero así será. Habrá un inicio probablemente torpe y tormentoso, en el que parecerán fracasar muchos de los intentos por conseguir hacer feliz a un niño o una niña de 7 años que jamás ha salido del desierto, que ignora el idioma y al que las costumbres y las formas de relacionarse de los europeos le resultan chocantes e incomprensibles en muchos casos: no hay que alarmarse. No pasan muchas semanas hasta que la familia de acogida comprende que su propio hijo, en circunstancias similares (otro mundo, otra cultura, otra lengua, otros gustos...) no sería más fácil de tratar. Herramientas: cariño, paciencia y nada de hacer dejación de autoridad.
Los repetidores, como se llama entre bastidores a las familias sevillanas que ya son veteranas en este programa de Vacaciones en Paz, esos están deseando ver a los niños. Ya se tienen todos calados mutuamente y los dos meses de estancia son un sueño. Al menos, casi siempre. Estos lazos se acaban extendiendo a las familias de los niños, a la que generalmente se acaba devolviendo la visita, momento culmen a partir del cual nada vuelve a ser como antes. Ni ganas que se tienen.
Los verá por las calles a partir del sábado. Podría probar a llamar a la asociación, para informarse. Quién sabe. Lo mismo hay un milagro aguardándolo.
[Si quiere informarse, llame a la Asociación de Amistad con el Pueblo Saharaui de Sevilla (954 282205) o escriba a la dirección de correo electrónico aapss@saharasevilla.org]