Cultura

Lo mágico, las palabras

Numeroso público se dio cita en el consulado de Colombia para rendir homenaje a Gabriel García Márquez con un recuerdo de su figura y su obra.

el 29 abr 2014 / 09:16 h.

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consulado-colombia Un momento del acto en el que Sevilla dio su particular homenaje al creador de Macondo. / j.m. paisano Ni el calor, ni el hecho de ser un día difícil como son los lunes, ni la excéntrica localización del Consulado de Colombia, impidieron que la cita fuera concurrida y fervorosa. La razón era de peso: se trataba de rendir un último homenaje desde Sevilla al colombiano más universal, al hombre que conquistó el Nobel de literatura después de haber conquistado el corazón de miles, millones de lectores en todo el mundo. Lo señaló la anfitriona, Gabriela Cano Ramírez, cónsul de Colombia, al abrir el acto: «Gabriel García Márquez, también conocido como Gabo, fue una persona que enamoró a muchas generaciones con su manera de escribir, con su Macondo, un imaginario que traspasó fronteras y una utopía que nos invita a compartir la tierra», dijo. «Su muerte nos entristece a todos, pero sus obras nos siguen acompañando y hacen de él un inmortal. Como él mismo escribió: La vida no es la que uno vivió, es la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla». A continuación, tomaron la palabra los dos expertos en la obra del colombiano invitados para glosar su figura y su obra. Se trataba de José Manuel Camacho, titular de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Hispalense, y Pablo Sánchez, doctor en Filología Hispánica de la Universidad de Barcelona. «El mejor homenaje que podemos hacerle a García Márquez es reconocer aquello que lo convirtió en el escritor más importante en lengua española», comenzó Camacho. «Y para ello debemos huir de aquello que Plinio Apuleyo Mendoza llamó el olor de la guayaba, los tópicos caribeños y colombianos, que por sí solos no justifican su éxito planetario», añadió. Para este profesor, a la sazón director de la cátedra Luis Cernuda y autor de varios libros sobre la obra del homenajeado, el hecho de que García Márquez lograra cautivar «a japoneses, finlandeses, subsaharianos» solo se explica por su capacidad de «ir más allá. Desde su tierna infancia asumió y asimiló la tradición literaria, desde Virginia Woolf a Kafka, pasando por la generación perdida: Steinbeck, Dos Passos, McCullers, sobre todo Faulkner, que le sugirió la invención de Macondo a partir de su condado de Yoknapatawpha... Y cómo no, los textos clásicos, Suetonio, Plutarco y tantos otros». Por su parte, Pablo Sánchez hizo hincapié en la penetración que García Márquez ha tenido en la vida cotidiana, sobre todo con sus inolvidables títulos: «Seguro que más de un periodista ha escrito Crónica de un descenso anunciado para hablar del Betis”, afirmó este especialista, quien recordó no obstante que el aterrizaje de Gabo en el panorama literario español no fue un camino de rosas: «Su primer libro editado en España, La mala hora, fue objeto de una serie de correcciones castizas que no gustaron nada a Gabo. Por otro lado, Cien años de soledad llegó a nuestro país con algo de retraso, un año después de que viera la luz en la editorial sudamericana. Es entonces, en el año 68, cuando se instala en Barcelona, porque allí no lo conocía nadie. Salvo Vargas Llosa, Carpentier y un poco a Cortázar, la literatura que venía del otro lado del Atlántico era todavía muy desconocida». Ello no impidió que Cien años de soledad, como otros títulos posteriores, acabaran siendo «un éxito arrollador», explicó Sánchez. «Incluso los famosos de la época, en las revistas del corazón, se hacían eco del libro. Recuerdo, por ejemplo, al torero Paco Camino comentarlo en estos términos: Es la historia de una familia muy rara en un pueblo muy lioso. Y a la cantante Massiel asegurar que le había gustado mucho ese libro tan de moda, titulado Mil años de soledad...». Lo cierto es que, en opinión de Sánchez, la influencia de España en la obra de García Márquez acabó siendo determinante, ya fuera por la inspiración que tomó del general Franco en el protagonista de El otoño del patriarca o los escenarios españoles que aparecen en Doce cuentos peregrinos. «Junto a Vargas llosa fue, además, el centro de la colonia de escritores latinoamericanos de Barcelona, en un momento de auge editorial», dijo. Y concluyó refiriéndose a la anécdota, nunca confirmada, por la cual el editor Carlos Barral rechazó el manuscrito de Cien años de soledad. «Al parecer había un precontrato que impedía que Barral lo publicara, de modo que se cuenta que no quiso ni leerlo... También se decía que solía decir que aquella novela no le parecía lo mejor de García Márquez». Camacho, por último, subrayó el hecho de que haya, dentro y fuera de Colombia, «varias generaciones de buenos escritores que tuvieron la mala suerte de coincidir con él, que quedaron eclipsados por García Márquez», resaltó, para acabar poniendo de manifiesto que el tan cacareado realismo mágico solo tiene una base: «La realidad de Colombia podía ser como todas las realidades, incluso sórdida. Lo que vuelve mágico ese mundo son las palabras». Por último, antes de brindar con una copa de vino por la memoria del maestro, un desafío para los estudiosos del futuro: tratar de analizar los mecanismos del periodismo que Gabo trasladó a la novela, y veceversa. Aunque al final unos y otros se resumieran en una misma cosa: «Su placer, el que nos transmite, es la capacidad de contar historias».

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