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Lo más puro según Andrés Marín

El bailaor sevillano Andrés Marín dio la campanada al presentar en la Bienal un espectáculo rompedor.

el 21 sep 2010 / 05:32 h.

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Andrés Marín se ha hecho un sitio en la Bienal a base de mucho talento y esfuerzo. Nadie le ha regalado nada. Si en la pasada edición quiso ser campana y se quedó en badajo, en ésta ha dado el campanazo de Gloria. Bailaor de una originalidad indudable, sus obras tienen siempre un gran valor musical debido a sus grandes conocimientos sobre los palos del cante. Pero esta obra es algo más que un ensayo musical interesante: es un espectáculo de una calidad dancística extraordinaria, en el que el gran artista sevillano ha bailado quizás mejor que nunca, con una madurez y un regusto más que novedoso. Tras un preámbulo musical en árabe de Lole Montoya, Andrés hace cantar por tientos a Pepe de Pura, que es pura miel gitana, para ir engarzando la liviana, la serrana y la seguiriya con un baile majestuoso, equilibrado en la armonía de los movimientos y muy flamenco.

Movió con arte hasta los brazos, que hasta hace nada de tiempo los utilizaba sólo para guardar el equilibrio. La obra tomaba el vuelo. Con una tuba en el escenario, era difícil imaginar lo que se avecinaba: que entraría en escena una diosa gitana de la marisma lebrijana, Concha Vargas -la hija de Quintín-, para liarla junto a Andrés Marín en unos tangos y unas cantiñas de la Campiña sevillana bordadas en oro por el gran cantaor lebrijano José Valencia. Andrés le dio casi todo el protagonismo a Concha Vargas para que se luciera, y se lució. ¡Qué manera de mover las carnes! ¡Y qué manera de bailar con todo el cuerpo! Por momentos me recordó a La Chicharrona y a Tía Juana la del Pipa. Era un contraste prodigioso: el vanguardismo de Andrés, con sus movimientos picasianos, y el clasicismo gitano de Concha, su baile puro. El teatro entero, claro, se puso de pie. En esta ocasión con toda la razón. Acabaron esta pieza bailando los dos un hermoso y castizo romance de José Valencia, que hubiera hecho estremecerse de emoción al gran Antonio Mairena si siguiera todavía con nosotros. Tremenda la generosidad de Andrés, que es un aficionado muy grande al arte jondo.

Dándole también su sitio a Lole Montoya, quien con un hermoso traje blanco hizo deslizar su angelical voz por la garganta para que echáramos fuera la emoción contenida por lo que acabábamos de ver y escuchar en la bombonera del Casino de la Exposición. Andrés ya había triunfado, el público ya estaba con él y había aprobado su obra. Sin embargo, lo mejor estaba aún por venir. Las manos del bailaor dibujaban preciosos arabescos en un ciclorama y le bailó con una comicidad encantadora a un clarinete, que nos trajo al cantaor José el de la Tomasa montado en el compás de la soleá. Así se canta por soleá en Sevilla, aires de Alcalá y la Alameda de Hércules. Y cuando parecía que todo había acabado, Andrés apareció con un capirucho y dos pasos de palio y nos bailó Amargura, de Font de Anta, que tocó a la guitarra Salvador Gutiérrez. Es así de sorprendente, de genial, aunque la pieza tenga que ver poco con el flamenco.

Marcando el compás con los platillos, de nuevo apareció en escena José el de la Tomasa para cantar ahora, al pie de un yunque, unas tonás para sacarlo a hombros. Es la escena más hermosa y más flamenca que vamos a ver en esta Bienal. José cantando y Andrés llevándose el yunque en sus brazos, cerrando un espectáculo muy flamenco y de un gran talento. Tuvo también su puntito de osadía, como no podía ser menos tratándose de este artista genial y descarado.

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