Apenas quedan dos semanas para el inicio del Congreso Nacional del PP en Valencia que, prácticamente desde su convocatoria, ha sido el que más ruido previo ha provocado en la historia del partido, superando con creces al que enfrentó como candidatos a la presidencia a Hernández Mancha y a Herrero de Miñón. Desde hace dos meses cuando, a los pocos días de las elecciones del 9M, Mariano Rajoy anunció su propósito de seguir al frente del PP, se han ido produciendo una serie de acontecimientos, seguidos de sus correspondientes interpretaciones, que han convertido el periodo precongresual en un calvario personal para Rajoy y en un desgaste de la imagen externa y de la cohesión interna del PP.
Los calculados amagos de Esperanza Aguirre, la renuncia de Zaplana, el mutis por el foro de Acebes, el doloroso conflicto con María San Gil, las públicas reservas de Mayor Oreja y Vidal-Quadras, las ambigüedades de Juan Costa, la irrupción de Álvarez Cascos, el artículo de Gabriel Elorriaga, además de la polémica sobre el rigor democrático de la recogida de avales a los compromisarios al congreso, todo ello difundido con espectaculares redobles de tambor por los medios de comunicación que le han puesto la proa clarísimamente a Rajoy, han creado un ambiente difícilmente respirable en clave interna, de cara al congreso. Y esto, adobado con una nunca vista expectación externa, lo cuál garantiza que el interés de medios y público sobre lo que ocurra en Valencia va a ser superior al que despiertan las faenas de José Tomás.
Por supuesto que se sabe ya cuál va a ser el resultado final. Es decir, que Mariano Rajoy va a ser reelegido como presidente del Partido Popular y, con casi toda seguridad a estas alturas, no va a tener que pelear con una candidatura rival. Otra cosa es conocer previamente el cómo va a ocurrir esto, qué es lo que allí se va a decir, quién lo va a decir, y qué consecuencias va a tener todo lo que se haga y se diga. Y de qué forma va a afectar todo esto a la posterior convivencia interna en las filas del PP.
Evidentemente no es éste un panorama agradable, y el Partido Popular tendrá que hacer un esfuerzo de recomposición interna que, además, tendrá que ir acompañado, en paralelo, con el dibujo nítido de una estrategia inteligente de oposición y una labor de comunicación imaginativa para, de una parte, cerrar heridas y, de otra, presentarse ante sus electores, dominados ahora mismo por el desconcierto, como una alternativa, la única que hay, fuerte y con soluciones.
Pero, como no hay mal que por bien no venga, si de algo va a servir todo esto, es para constatar la capacidad de resistencia que está demostrando Rajoy quien, a pesar de todos los ataques, ni ha descompuesto la figura ni ha hecho amago de arrojar la toalla. Y, a pesar de las voces críticas que, como se vio en la reunión del Comité Ejecutivo, eran menos de las que el ruido hacía prever, consiguió mantener el respaldo de la inmensa mayoría de los dirigentes populares. Así que la crisis interna, que la hay, puede que le sirva a Rajoy para adquirir perfiles que antes no tenía, y suscitar simpatías que antes no concitaba. Lo que no te mata, te fortalece.
Periodista
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