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Lo que pudo ser y no fue

La artista sevillana, Esperanza Fernández, eligió un repertorio un tanto machacado y algunas canciones con las que apenas conectó con el público que llenó el teatro.

el 08 oct 2010 / 06:04 h.

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Creo que todos esperábamos anoche un recital de escalofrío, de esos que te dan ganas cuando acaba de irte a Triana a refregarte una copa de manzanilla por el paladar. Esperanza Fernández es la más flamenca de todas y la más larga; su voz está hecha del agridulce de las cabrillas de la marisma lebrijana y el temple de los fragüeros de Triana; se sabe todos los secretos del compás y lo mismo afina oyendo el bordonazo de una guitarra flamenca que el agudo sonido de un lindo violín.

Anoche había ganas de romperse las camisas, pero la artista del Tiro de Línea acunó el cante en una voz nada redonda, demasiado forzada y, en ocasiones, estridente. No tenía el timbre adecuado para acometer el largo repertorio de cantes y canciones que eligió.

Comenzó con la Nana de los luceros, lo que a estas alturas de la Bienal y con lo poco que dormimos, es contraproducente. Tenían que haber visto la cara del Juani de la Algaba, que me acompañó en el palco: los párpados le llegaban a la barriga, y el concierto acababa de empezar.

Menos mal que la artista reaccionó enseguida y se marcó unas soleares al estilo de Fernanda de Utrera, acabadas con el cuplé por bulerías de la Reina Mercedes y cosas de Utrera y Lebrija, amén de dos fandangos a compás que no le salieron nada bien.

Cuando sonaron los acordes seguiriyeros de Miguel Ángel Cortés y Esperanza apareció envuelta en un precioso vestido gitano, supe que algo serio podía pasar porque la cantaora le ha cogido la medida a la seguiriya. Con Mairena en la cabeza y Frijones en la melodía, se fajó y consiguió arrancarle trozos de piel al cante, acabándola a un ritmo endiablado y muy ajustada al compás.

Pero pronto cambió de estado de ánimo y durmió su voz en dos canciones soporíferas, una de ellas, My fanny valantine, de la que hay magníficas versiones y con la que no pasó absolutamente nada. Dorantes la acompañó al piano. No entiendo nada.

Regresó a sus raíces del alma y cantó unos aires abandolaos que terminó con un fandango de Frasquito Yerbabuena a ritmo de panda de verdiales de los montes malagueños. Y luego, quizás buscando por fin la conexión con el público, se encajó en Utrera para abordar las cantiñas de Pinini y un poco más allá, sin dejar la vía del tren, las romeras.

La Baladilla de los tres ríos, de Lorca, al compás de tangos, y Manolito Reyes, la famosa bulería de la Niña de los Peines, cerraron una noche que no pasará a la historia de la Bienal ni al álbum de los recuerdos de la nieta de Quintín. No tuvo su noche, aunque en algunas cosas dejó claro que es de las más grandes. Esperanza tendrá que reflexionar sobre su carrera y centrarse en lo que quiere ser. Si quiere ser cantante, cualidades no le faltan. Pero si quiere ser cantaora, la mejor cantaora de este tiempo, será cuestión de que se deje de pamplinas.

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