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Lo que se valora en las Oposiciones

No hay más que ver las majaderías insufribles que tienen que estudiarse los opositores, las pamplinas que se valoran en los procesos selectivos que nutren a los negociados de presuntos servidores de la ciudadanía y todo cuanto no se tiene en cuenta, que es lo peor del caso, para comprender...

el 15 sep 2009 / 08:43 h.

No hay más que ver las majaderías insufribles que tienen que estudiarse los opositores, las pamplinas que se valoran en los procesos selectivos que nutren a los negociados de presuntos servidores de la ciudadanía y todo cuanto no se tiene en cuenta, que es lo peor del caso, para comprender los defectos de las Administraciones Públicas.

Para la Junta de Andalucía, para los ayuntamientos y para el Estado, entre otros convocantes de empleo público, el paradigma de la valía y el mérito profesional es una persona que haya hecho trescientos cursillos sobre haciendas locales o modalidades de contrato y sea capaz de aprenderse, punto por punto y de memorieta, 74 textos refundidos, 452 leyes de base y 27.000 reglamentos, artículo por artículo.

Probablemente, negarse a memorizar todo eso sea la mejor prueba de tener la salud mental necesaria, la vocación humanista y la actitud vital imprescindible para rendir un buen servicio a los ciudadanos. Con el verano llegan las oposiciones, porque encima se exige el requisito inexcusable de pasar un calor espantoso.

No se pide ser amable, ni responsable, ni respetuoso, ni eficiente, ni medianamente culto, ni nada relacionado con los valores esenciales del alma y de la condición humanas y, por tanto, que merezca el privilegio de obtener un trabajo relativamente llevadero para toda la vida. Lo cual no quiere decir que los funcionarios no sean excelentes personas, gente con inquietudes y magníficos gestores del trato humano; simplemente, que si lo son es por casualidad y de forma gratuita y filantrópica, porque no se exige ni se recompensa en modo alguno.

Urge que los responsables de nutrir de carne humana las oficinas patrias dejen de reproducir el modelo de la mediocridad basado en el espantoso, pornográfico y por demás apócrifo cuento de la cigarra y la hormiga y se tomen la molestia de revisar esos criterios selectivos y adecuarlos a las mejores capacidades humanas, aunque no vengan en la Ley 30/92.

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