Razón tiene Solbes: los españoles no han interiorizado lo que vale un euro. Lo han exteriorizado: "Recáspita", dijeron al unísono poco después del 1 de enero de 2002, comprobaron que cien pesetas habían pasado a ser ciento sesenta y seis coma seis en los precios de venta al público de la mayor parte de los productos. "Recórcholis", rezongaron todos a una cuando comprobaron que el mercado campaba por sus respetos y el Estado no podía hacer nada para evitarlo. Los jubilados, los pensionistas y los mileuristas, en cambio, interiorizaron lo suyo a partir de la entrada en vigor de la nueva moneda. De hecho, siguen sin salir de casa mucho porque la verdad está ahí fuera. Y es cara. Inflación, le llaman los ministros.
