Cultura

Lo sublime en un marco de terrorismo acústico

CHRISTIAN ZACHARIAS **** Christian Zacharias, piano. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes 7 de abril de 2014. Programa: Cinco sonatas para teclado de Domenico Scarlatti; Sonata nº 15 de Mozart; Sonata nº 21 de Schubert.

el 08 abr 2014 / 12:07 h.

En estos días de intensa actividad musical, interpretación en instrumentos de época y un público rigurosamente respetuoso y entregado, la nueva comparecencia de Christian Zacharias en nuestro teatro nos ha devuelto la alternativa fresca y desacomplejada del instrumento moderno, así como el reencuentro con un estigma habitual en este auditorio que hace que en ocasiones como ésta se malogre considerablemente la experiencia propuesta desde el escenario. Ruidos de todo tipo sólo justificables por el aburrimiento, incluida la insistencia de un móvil que hizo interrumpir el final de la sonata de Schubert, malograron la concentración exigida al intérprete y al oyente, especialmente cuando la sensibilidad exhibida es de tan grande calibre. Siempre se ha dicho que las sonatas de Scarlatti son muy personales y tienen un estilo único y a la vez moderno, por lo que disfrutadas al piano le confieren un valor añadido y una significación especial. Zacharias sacó a relucir su fuerte originalidad a través de una brillante articulación, una enorme dosis de virtuosismo y un lirismo sincero. Hablar de gracilidad y encanto cuando nos referimos a Mozart es tan tópico como inevitable, y por esos derroteros deambuló la versión que hizo de la sonata en dos partes, la K.494 (el rondó final) y la K.533 (los dos primeros movimientos), con delicadísimos pianissimi y sin abandonar en ningún momento el tono intimista con el que abordó todo el programa que además atacó de memoria. Pero el plato fuerte, y el más corrompido por esos implacables ruidos de referencia, fue la Sonata D. 960 de Schubert, prodigio de introspección y ambigüedad emocional que Zacharias desplegó con un delicado equilibrio entre tensión, sensibilidad y sublime contemplación poética, enormes dosis de reflexión y solemnidad y un lirismo notablemente expansivo. El único silencio absoluto en la sala se debió al homenaje a Lluís Andreu, director artístico del Maestranza durante sus primeros y definitivos pasos, fallecido el mismo lunes; y ni siquiera éste fue sepulcral.

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