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Los andaluces del Holocausto

Dicen quienes la han vivido que hay que recordar la historia para que no se repita, pero la sabiduría popular añade que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Aunque así sea, existe la responsabilidad de no olvidar a quienes sufrieron el holocausto -de ellos, 1.500 andaluces- para evitar su muerte definitiva.

el 15 sep 2009 / 21:45 h.

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Dicen quienes la han vivido que hay que recordar la historia para que no se repita, pero la sabiduría popular añade que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Aunque así sea, existe la responsabilidad de no olvidar a quienes sufrieron el holocausto -de ellos, 1.500 andaluces- para evitar su muerte definitiva.

Lucharon en el bando republicano en la Guerra Civil y, tras la derrota, cruzaron los Pirineos para escapar de la represión franquista. Pero no encontraron el recibimiento esperado. Una Francia desbordada los amontonó a su suerte en campos de refugiados y los usó como mano de obra en las compañías de trabajadores extranjeros. Pero estalló la contienda mundial, y con el estigma de ser rojos a los que Franco ni siquiera reconocía como españoles -y alistados muchos en la Resistencia francesa-, unos 1.500 andaluces acabaron en campos de concentración nazis. Su perfil: jóvenes de origen rural e ideas antifascistas.

Sólo 500 sobrevivieron, según las investigaciones de historiadores como Ángel del Río, actual delegado para Andalucía de la asociación Amical de Mauthausen. Y de ellos, otros tantos "fallecieron en los meses posteriores a la liberación debido a las graves secuelas físicas". Por eso, el gaditano Eduardo Escot (Olvera, 1919) o el cordobés Virgilio Peña (Espejo, 1914) sienten que son "una excepción" y que el paso inexorable del tiempo los va dejando solos. Entre ellos y sus descendientes planea el miedo a qué pasará cuando ya no quede nadie para decir "yo estuve allí" y el holocausto sea un recuerdo nebuloso de cuya veracidad acaso se pueda llegar a dudar.

Para evitar ese olvido, la ONU instituyó en 2005 el 27 de enero como el Día de la Memoria del Holocausto y la Prevención de los Crímenes contra la Humanidad. Ese día de 1945 fue liberado Auschwitz, aunque Eduardo y Virgilio viven con especial emoción el 5 de mayo, cuando Francia -país en el que residen- conmemora la apertura de Mauthausen. Fue uno de los centros con más españoles pero Virgilio apunta que "raro era el campo donde no había ninguno".

Saben que su testimonio es inestimable. "Esto no lo podemos contar nada más que nosotros. El hambre que yo he pasado, los palos que me han pegado no los pueden decir ni mis hijos, que no saben ni la cuarta parte porque yo mismo no he querido hacerles sufrir", relata Virgilio a sus 95 años.

En marzo de 1943 fue detenido en Burdeos, donde colaboraba con el PCE y la Resistencia -saboteó submarinos alemanes en la base de reparaciones donde trabajaba-. "A los de los campos franceses y las compañías de trabajo, por los que yo también pasé, los deportaron en grupo, pero a los que nos detuvieron individualmente sufrimos además los interrogatorios". En su caso, dos semanas "a base de palos" hasta ingresar en la cárcel de Concièrge, "que era la estación de salida a Alemania". En Buchenwald estuvo desde enero de 1944 hasta abril de 1945. "Aún hoy a veces me quedó pensando cómo es posible que saliera vivo, ni nosotros mismos lo sabemos". Su hermano, muerto en Mauthausen, no lo consiguió.

Eduardo comparte la idea de que su supervivencia fue mera cuestión de azar. "Éramos tres de mi pueblo y sólo salí yo. Podría haber muerto igual, soy una excepción". Con 20 años comenzó un periplo de cuatro y medio por varios campos de concentración. Fue detenido en mayo de 1940 en Belfort, que cayó pronto por su cercanía a la frontera alemana. Eran reclutados por el Ejército francés para trabajar pero, como soldados, los nazis les hicieron prisioneros de guerra, un estatus que cambió pronto. "Se rumorea que fue Serrano Suñer, el cuñado de Franco, quien dijo a los alemanes que se encargaran de nosotros", cuenta. Y como rotspanien -rojos españoles a los que su país no reconocía- fueron deportados en masa a Mauthausen, con el triángulo azul de apátridas.

Allí estuvo de enero a julio de 1941, condenado a la cantera, y aún pasó por Bretstein y Steyr, donde entre piedras y cadenas de montaje de automóviles participó en la organización clandestina de los sindicalistas de la CNT. Cuando Steyr fue liberado en 1945, Eduardo estaba muy débil y casi desahuciado. En la España franquista, su hermano -al que aún visita en Ronda cuando veranea en Torredelmar- se hacía Guardia Civil. "Él era un niño cuando la guerra", justifica.

Virgilio y Eduardo se casaron con francesas y tienen hijos y nietos franceses, pero vienen con frecuencia a España, y ya no sólo para ver a su familia. Tras 30 años "callados" y "olvidados", han recibido homenajes, hablado para libros y documentales y ofrecido conferencias, muchas en colegios. "De una manera egoísta prefiero olvidar, pero sé que debe estar en la memoria", dice Eduardo. Porque hay que contar la historia para que no se repita, aunque rememoremos las alambradas nazis mientras asistimos al horror en el muro de Gaza, fruto de un intento por resarcir el pasado. Aunque el hombre sea el único animal capaz de tropezar dos veces en la misma piedra.

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