Como de ordinario, habían salido a comprar la comida por los alrededores de la Magdalena para almorzar en el salón parroquial y adelantar al máximo su vuelta al trabajo. A esas horas del mediodía el templo permanecía ya cerrado a los fieles. Regresaron a la iglesia por la puertecita de la calle Bailén dispuestos a digerir algún bocado de manera rápida y poner de nuevo manos a la obra al cometido que les tenía allí: la restauración de cuatro imágenes del altar mayor de la parroquia. Sin embargo, un fuerte olor a humo les llamó su atención.
José Joaquin Fijo y su esposa Almudena Fernández pensaron, en un primer momento, que aquel olor podía deberse a una condensación de humo de la candelería de la Virgen del Amparo, cuyo paso procesional aún desprendía el aroma a cera consumida tras su salida procesional del domingo. Pero al ingresar en el templo, pasadas las tres de la tarde, pronto advirtieron del peligro que se cernía sobre uno de los brazos del crucero de la iglesia.
Una intensa humareda sobrevolaba las alturas del templo. El humo procedía de una balconada superior situada justo encima del altar donde reciben culto de manera provisional las imágenes titulares de la hermandad de Montserrat.
Parte del moldurón de madera que corona esa balaustrada se encontraba "incandescente, con rescoldos y trozos carbonizados que caían peligrosamente hacia el suelo". Entre llamada y llamada al párroco de la iglesia, Antonio Fernández Estévez, y al Cuerpo de Bomberos, este matrimonio de restauradores intentó sofocar el incendio con los extintores que había en el templo.
Rápidamente pusieron a salvo a la dolorosa de Montserrat. "Entre los dos cogimos a la imagen de la Virgen y la bajamos al suelo", relata José Joaquín. Los trazos de carbón incandescente que caían desde la balconada habían agujerado ya la moqueta y amenazaban con saltar sobre el manto de la dolorosa, que fue puesta a resguardo en la capilla de la hermandad del Calvario.
Al poco tiempo llegaron los Bomberos, que terminaron de sofocar el incendio y activaron cañones de aire comprimido para hacer desaparecer el humo del templo.
La presencia del matrimonio de restauradores en el templo en esas horas muertas del mediodía resultó "providencial" para que el incendio no terminara extendiéndose por toda la balconada que recorre el crucero de la iglesia. "Si no llegan a estar a esa hora los restauradores nos podríamos haber llevado un buen susto", relataba ayer el párroco Fernández Estévez.
Quizás producto de un "recalentamiento o de un pequeño corto", el incendio se originó en una regleta de tres focos de luz eléctrica que habitualmente sólo se emplean para iluminar el Monumento eucarístico en la tarde del Jueves Santo, pero que ahora, debido a la presencia temporal de los titulares de Montserrat en el templo, se encendían más a menudo.
Sin consecuencias. El hermano mayor de Montserrat, Juan Antonio Coto, acudió rápidamente a la iglesia tras ser avisado del percance, al igual que el joven imaginero Fernando Aguado, quien inspeccionó in situ a la imagen de la dolorosa y al Cristo de la Conversión del Buen Ladrón por si hubieran resultado afectadas por el humo. "Gracias a Dios -concluyó- las imágenes no tienen nada".
José Joaquín y su esposa Almudena no se consideran ningunos héroes, pero es fácil colegir que "el fuego podría haber ido a más si no se hubiera apagado a tiempo". "Cualquiera hubiera hecho lo mismo que nosotros", insisten.
La milagrosa historia que protagonizaron ayer estos restauradores cogiendo del talle a la Virgen de Montserrat y poniéndola a resguardo se asemeja a la que protagonizó Rafael Blanco Guillén en 1973 cuando impidió que el Cachorro fuera pasto de las llamas.