-¿Cómo ha cambiado su percepción del País Vasco entre Los peces de la amargura (2006) y este nuevo libro?
-No ha cambiado mi percepción sobre los hechos, la realidad a la que he atendido sí es distinta. En Los peces de la amargura me interesaba la repercusión de las acciones violentas sobre personas concretas. Aquí me he propuesto dejar testimonio de cómo se vivía en un barrio modesto de San Sebastián en las postrimerías del franquismo.
-Uno de los personajes más llamativos es un cura abertzale. ¿Cuánta responsabilidad ha tenido el clero en todo lo ocurrido en Euskadi en estas décadas?
-En tu pregunta está la respuesta: sí, así ha sido. En todo caso, no me gusta hablar de la iglesia como un ser uniforme, de miembros que actúan todos en la misma dirección. Yo recuerdo a sacerdotes muy generosos, que practicaban el amor al prójimo y hasta la humildad. Otros antepusieron en cambio la ideología a la difusión de la palabra del Señor, y en éstos últimos me inspiré para hacer mi figura de ficción.
-¿Hasta qué punto la política no ha tenido algo de religioso?
-Algo hay de místico en la aspiración a una tierra prometida. Una manera de predeterminar la conducta de las personas, dejando el miedo a un lado, es infundirles una esperanza. Si convencemos a una parte de la población de que hay un paraíso detrás de la colina, a cuatro kilómetros, uno logra que la gente se mueva en esa dirección. Nadie nace abertzale, las convicciones políticas, y las religiosas, se transmiten. Cuanto antes empiecen, en la infancia por ejemplo, más efectiva es la transmisión.
-¿Y la lengua? ¿En qué medida ha estado el euskera en el centro del llamado conflicto vasco?
-En los años 60, la lengua vasca estaba en una situación muy precaria, sobre todo en los centros urbanos. En el campo se hablaba más, pero no se enseñaba en las escuelas, estaba partido en dialectos... Entonces se pone en marcha una iniciativa para recuperar el idioma, se unificó, nacieron editoriales, revistas, empieza a hacerse visible una literatura en lengua vasca, la música, el teatro... En esos años, se supera el criterio étnico o racial sobre el que se apoyó el nacionalismo en sus inicios, y la lengua ocupa un lugar central a la hora de establecer una identidad vasca. Lo cual, por otro lado, es comprensible.
-El primo que se hace etarra en su novela es un ser bastante tosco, iletrado. Sin embargo, se dice que la universidad vasca ha ido volviéndose cada vez más abertzale, tanto entre el alumnado como entre los profesores. ¿Cómo explica esta evolución?
-No es verdad que la universidad vasca sea uniforme en ese sentido, todo lo contrario. Es muy plural, en ella han trabajado y trabajan personas que han sufrido el acoso del terrorismo, precisamente por no pasar por el aro. El primo es en efecto un personaje ingenuo, que no tiene la formación suficiente como para pensar en las consecuencias del paso que ha dado, inducido por sus compañías y el párroco del barrio. Cuando se desvincula, emigra a Brasil y desde allí financia los estudios de su primo. Yo no justifico por qué hace eso, pero es evidente que juega la baza de la cultura como vacuna contra los dogmas ideológicos.
-Pero hay gente que ha tenido acceso a los libros, y se ha escorado hacia la violencia...
-Pero el hombre culto que recurre a la violencia es porque aspira al poder. Y, por tanto, al manejo de las conciencias ajenas. No todo el mundo se sitúa de manera igual cuando quiere llevar a cabo un proyecto totalitarista: hay quien quiere dominar a los demás, y para eso hace falta un domino del lenguaje, estar bien puesto en doctrina... La mera lectura de libros no convierte a las personas en seres bondadosos.
-En España ostenta ahora el poder un partido, el PP, que en los últimos ocho años ha insistido en que la única negociación posible con ETA era fijar el día y el lugar de la entrega de las armas. ¿Qué cree que sucederá?
-He tomado la decisión de no hacer vaticinios por dos motivos: uno, porque no acierto nunca, y en segundo lugar, porque mi fuente es la prensa, y sé que por mucho que la lea sólo accedo a la superficie de la realidad. Estos asuntos tan delicados se resuelven siempre, sin excepciones, en la sombra. Allí se dialoga, se proponen acuerdos, negociando, etcétera. Por otro lado, es muy fácil prometer y exigir en la oposición. Es más fácil ser puro desde ese lado. Cuando uno llega al poder, se da cuenta de que tiene que tragar sapos.