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Los límites ya los ponen otros

Cuatro personas con discapacidades físicas e intelectuales demuestran día a día que «nada es imposible».

el 07 dic 2009 / 18:34 h.

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María Ángeles Narváez, bailaora flamenca sorda.

Impossible is nothing no es sólo el eslogan comercial de una marca deportiva. Para muchas personas es el leitmotiv de sus vidas. Que hoy el término minusvalía o incapacidad haya sido sustituido por el de discapacidad y la tendencia sea hablar de diversidad funcional no es una mera cuestión del lenguaje políticamente correcto sino de etimología. Toda persona tiene unas capacidades y no otras pero la carencia absoluta de cualquier tipo de capacidad simplemente no existe.

El mal funcionamiento o la falta de uno de los cinco sentidos, como la vista, el oído o ambos, una mente que funciona de forma o ritmo diferente al de la mayoría, o la inmovilización de ciertas partes del cuerpo pueden parecer, a priori, límites para el desarrollo de ciertas actividades. Pero hay quienes no se resignan a ello y simplemente adaptan esas actividades a la forma en que pueden desempeñarlas. No son superhéroes, sino gente que no deja que la falta de una capacidad concreta se imponga al resto de capacidades que puede desplegar.

¿Garantiza oír la música ser capaz de bailar o cantar a su ritmo? ¿Es poder mover los brazos sinónimo de saber pintar? ¿Ver lo que se lee implica comprenderlo y disfrutar de ello? Son las preguntas que cualquiera podría hacerse y la respuesta sería negativa. Hay quienes se plantearon justo lo contrario e igualmente decidieron que no oír la música no impide bailar, que no mover los brazos no elimina la posibilidad de pintar, que no ver ni escuchar no prohibe leer y estudiar y que no tener una mente que funcione como la de la mayoría no significa que no se pueda aprobar unas oposiciones.

Y es que muchas veces son el resto de personas, aquellas consideradas sin discapacidad pero que con completa seguridad no están capacitadas para todo, quienes establecen las barreras. Es por eso que el movimiento asociativo de las personas con discapacidad sigue celebrando cada 3 de diciembre un día especial, instaurado por la ONU a principios de los años 90, para reivindicar que tienen el derecho de ciudadanía a participar y aportar a la sociedad sus propias capacidades, como destacó la semana pasada durante la lectura del manifiesto la presidenta de Cermi-Andalucía, María Ángeles Cózar.

Empleo y educación. En Andalucía hay más de 700.000 personas con algún tipo de discapacidad, según la última encuesta del Instituto Nacional de Estadística. Entre este colectivo la tasa de paro es de un 68% para los hombres y hasta un 80% para las mujeres (la mitad de éstas son población pasiva, ni siquiera están inscritas como demandantes de empleo). Y aunque se ha avanzado mucho en términos de escolarización, Cózar reconoce que "aún hay claustros que no aceptan" a niños con discapacidad y que "no vale de nada que estén en el colegio si no cuentan con los recursos y medios necesarios" para adaptar el aprendizaje a sus particularidades. Se ha avanzado en la adaptación curricular, en la dotación a los centros de monitores de apoyo pero "el avance es desigual".

La gran pérdida de este potencial se da en Secundaria donde "se detienen bastante los apoyos" y Cózar considera "una vergüenza" que sólo el 7% de la población discapacitada llegue a la Universidad (entre las mujeres ese porcentaje se reduce al 3%).La sociedad no se lo pone fácil y es por eso, y no por la diversidad funcional de cada uno de ellos, por lo que María Ángeles Narváez, Sergio Martín, Cristóbal Toledo o Jesús Aragón no son superhéroes pero sí ejemplos destacables de que "nada es imposible". Y también lo son quienes en su camino, familiares o amigos, nunca les dijeron que aspiraban a demasiado, que por qué no intentaban otra cosa más acorde a su situación, qué para qué complicarse la vida o que debían admitir sus limitaciones.

 «El compás se tiene o no se tiene, hay oyentes sin oído musical»

María de los Ángeles Narváez, La niña de los cupones, lo tiene claro: "El compás está en el corazón, o lo tienes o no lo tienes, hay oyentes que no tienen compás ni oído para la música, y hay otros canales vibratorios por los poros de la piel".

Esta bailaora profesional, formada en la escuela de Matilde Coral, se introdujo en el mundillo flamenco dos meses después de quedarse sorda, con seis años. Un antibiótico le provocó la pérdida completa del oído derecho. En el izquierdo mantiene 30 decibelios de audición que amplifica con la ayuda de un audífono digital y programable. No obstante, trabaja con el silencio, que "es el ruido más fuerte" y defiende su estilo propio al integrar en su espectáculo la gestualidad de la lengua de signos. ¿La diferencia entre su baile y el de otros? "Yo hago flamenco para sordos y para oyentes, me encanta la capacidad de comunicar y expresar. Hay bailaoras que no transmiten. ¿Eso no es una discapacidad?".
María Ángeles compatibiliza su trabajo como vendedora de cupones de la ONCE -de ahí su nombre artístico-, con sus actuaciones en tablaos y teatros. Comenzó su formación durante nueve años en la Academia de Paco Palacios, en su barrio de Sevilla, hasta que con 15 años decidió estudiar baile de manera profesional en la escuela de Matilde Coral, donde terminó la carrera con 24 años (hoy tiene 34). Ya como bailaora profesional, ha seguido perfeccionando su arte con clases magistrales junto a Alicia Márquez, Pastora Galván, El Mimbre o Israel Galván.

Es sorda oralista, por lo que se comunica tanto por lengua de signos como por el habla con su cuadro de músicos. Tiene claro que si en alguna academia no la hubieran admitido "lo hubiese denunciado" pero reconoce que sólo ha recibido apoyo. "Si soy pionera en el baile y cante flamenco en lengua de signos, ¿quién me va a quitar a mí mi idea?".

«Aprendí a leer en braille con cinco años, quiero ser bibliotecario»

n Su pasión es la lectura y quiere ser bibliotecario. Sergio Martín, 26 años, aprendió a leer con cinco años, pero en braille. Hoy sigue las lecciones de quinto de Historia en la Universidad de Córdoba gracias a un aparato de Frecuencia Modulada que llevan el profesor y él y que le permite aislar su voz para poder escucharlo con la ayuda de un audífono amplificador. Sergio es totalmente ciego de nacimiento y un 80% sordo, aunque esto lo descubrieron cuando tenía 13 años. "El primer otorrino al que fuimos dijo que no oía porque no quería, yo cada vez estaba más retraído, sin hablar con nadie y mis padres me llevaron a otro otorrino que descubrió mi hipoacusia", recuerda.

En el colegio, su maestro de EGB aprendió braille para ayudarle, el de inglés le grababa las clases en cassettes para que aprendiera mejor, pero en la Universidad el trato es "más distante". Antes de empezar cada curso manda un e-mail con su ordenador adaptado a cada profesor para que le indique la bibliografía imprescindible y encargar los libros sonoros o en braille.

Coge apuntes y hace exámenes con un sonobraille, "una especie de miniordenador que habla". "Le daban el examen a mi profesora de apoyo de la ONCE -antes dependía mucho de ella- y ella se lo devolvía transcrito dentro de un sobre cerrado al profesor correspondiente con mis respuestas. Ahora hablo yo con ellos y les doy un CD", explica. Otros profesores le examinaban de forma oral. "Se negaban a dejarme hacerlo en braille usando criterios absurdos y humillantes para mí, como que crea complicaciones innecesarias y falta de funcionalidad".

A punto de terminar la carrera, ya casi puede recorrer sin ayuda los pasillos de su Facultad, "que al ser antigua es un tanto laberíntica". Cuando no está de exámenes, va al cine o al baloncesto con sus amigos, que le audiodescriben la escena o jugada.

«Todos tenemos una capacidad y hoy vivo de vender mis cuadros»

Una distrofia muscular progresiva le inutilizó las piernas y los brazos, pero a él siempre le gustó escribir y pintar. En el colegio ya sostenía el lápiz en la boca para dibujar y con 15 años empezó a usar la misma técnica, aunque no se la había visto a nadie, para escribir cuentos y poemas que luego empezó a ilustrar. Hoy, con 68 años, Cristóbal Toledo es un reputado artista y uno de los máximos representantes de la Asociación de pintores con los pies y con la boca en España, una organización internacional fundada en Liechtenstein en 1956 que aglutina actualmente a 700 artistas.

"Una vez pasó por casa un cobrador de la asociación -distribuye calendarios y felicitaciones navideñas ilustradas por sus asociados-, le enseñé mis dibujos y me pidió una muestra ", recuerda sobre sus primeros pasos en la asociación, en la que ingresó en 1963.

Se confiesa autodidacta en materia artística y reconoce que su afición por la pintura comenzó siendo "un medio para no tomarme demasiado en serio", que a su juicio es la clave para disfrutar de la vida. "Era joven, lleno de ilusiones, esperanzas y piensas que todo es posible", recuerda. Pero en su caso, ese pensamiento es real. La pintura dejó pronto de ser una mera afición para convertirse en su modo de vida. De su estudio en Castro del Río (Córdoba) salen cuadros y dibujos para exposiciones y venta. En ningún momento se planteó que no pudiera dedicarse a ella por no poder utilizar los brazos porque "no solamente se puede pintar con las manos, sino que sosteniendo el pincel con la boca es posible", afirma rotundamente. Y tiene claro que "todos tenemos unos capacidad". En su caso es la vena artística, que nada tiene que ver con el material o la técnica usada para darle rienda suelta.

«Oposité dos años e intentaré ascender, es importante superarse»

Jesús ya no se acuerda de cada uno de los artículos de la Constitución Española, pero hace tres años se los sabía de memoria, como los deberes de los agentes locales o los derechos y deberes de los ciudadanos. Formaban parte del temario para las oposiciones que convocó el Ayuntamiento de Granada específicamente para personas con discapacidad intelectual, una iniciativa pionera entre las administraciones locales del país.

"Convocaron ocho plazas y nos presentamos unas 80 personas", explica. La primera criba fue el examen teórico sobre legislación básica. La segunda prueba se centraba en el manejo de maquinaria auxiliar como fotocopiadoras o encuadernadoras.
"Estuve dos años consecutivos preparando oposiciones -la primera vez no logró plaza aunque sí una interinidad- y terminé muy cansado de tanto estudiar", reconoce Jesús, aunque también constata que "mereció la pena" lograr su actual puesto de ordenanza en el centro de día Benítez Carrasco, donde su trabajo consiste en "atender al público, coger el teléfono, apagar y cerrar todas las instalaciones y revisarlas".

Aunque de momento no quiere ver un temario ni en pintura, no descarta prepararse "más adelante" otro examen para "ascender a la categoría de auxiliar administrativo". Padecer Síndrome de Down no supone barreras: "Nunca está de más aprender y es importante superarse a uno mismo". Reconoce que fue importante que su familia le apoyara y no le pusiera límites, "al contrario, mis hermanos, sobre todo Juan, me decía que tranquilo, que poco a poco iría asimilando los temas". Cada día comparte tareas con sus compañeros sin ningún tipo de discapacidad, y afirma sentirse "como uno más". "Yo me he acoplado a ellos y ellos a mí".

 

 

 

 

 

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