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Los linces de las cofradías

Sin duda, hacen bien las hermandades y cofradías de la Semana Santa en posicionarse con la jerarquía eclesiástica en su ofensiva contra el aborto aprovechando que el Pisuerga de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo de 1985 pasa ahora por el Valladolid de su modificación...

el 16 sep 2009 / 00:18 h.

Sin duda, hacen bien las hermandades y cofradías de la Semana Santa en posicionarse con la jerarquía eclesiástica en su ofensiva contra el aborto aprovechando que el Pisuerga de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo de 1985 pasa ahora por el Valladolid de su modificación.

Y es que dichas entidades y sus desfiles procesionales constituyen algo más que una estampa estética y turística de las tradiciones andaluzas. Cuando cada año sacan hermosamente sus santos a paseo no sólo lo hacen por esa poesía con olor a azahar a la que llamamos madrugá. Lo hacen como testimonio de una fe que se sostiene sobre algo tan escasamente democrático como son los dogmas.

Por mucho que se empeñen algunos concejales y diversos antropólogos, esa explosión de emociones a la que llamamos la Pasión, no es en absoluto una cabalgata light baja en calorías ideológicas. Más allá de las tallas, más allá del esfuerzo callado de costaleros, del dolor de la penitencia y del silencio, alienta un formidable aparato de agitación y propaganda a favor del catolicismo.

Y los católicos, si hemos de creer a los portavoces de la Conferencia Episcopal y su publicidad, parecen estar más a favor de la conservación de los bebés que de los linces, a pesar de que esa última especie esté en vías de extinción y al ser humano, aunque a veces no lo parezca, le queda cuerda para rato.

Desde mi ateísmo domesticado, puedo ponerme en su piel y entenderles a la perfección: los cofrades no quieren que todo esto se quede en pura parafernalia festiva, o en un entramado para las relaciones públicas. Ellos quieren hacer causa común con el Papa que insiste en que África se inmole ante el dios del Sida sin usar preservativo.

Ellos quieren hacer causa común con lo que representa: con esa doctrina pavorosa que niega los avances científicos, censura a sus investigadores, se aprovecha de sus conquistas y termina pidiendo disculpas con siglos de retraso por no haber reconocido a tiempo que la sangre circula por las venas, que la tierra es redonda o que los mal llamados niños medicamento pueden salvar vidas.

Lo curioso es que ni la Iglesia, ni las hermandades se tomarán ese mismo interés en condenar la pena de muerte, con la que los estados y a veces la propia Iglesia, se han erigido en dioses a lo largo de la historia. O tampoco excomulguen las guerras, vengan de donde vengan, porque si puede ser discutible lo del nasciturus, no cabe discusión en el caso de los soldados y de los civiles, madres o niños, hechos y derechos, que suelen repetir aquello de ave, César, morituri te salutam. Comprenderán, por tanto, que aunque no los considere coherentes, respete el criterio de los capillitas. Pero comprenderán también que en Semana Santa me pierda en una playa.

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