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Cultura

'Los mercenarios': Derroche de testosterona

EEUU. 2010. Dirección: Sylvester Stallone. Argumento: A un grupo de mercenarios le encargan derrocar al dictador de un país suramericano, pero cuando llegan allí las cosas no salen como esperaban. Intérpretes: Sylvester Stallone, Jason Statham, Jet Li, Randy Couture, Dolph Lundgren. Guión: Dave Callahan & Sylvester Stallone. Fotografía: Ken Blackwell. Color. Música: Brian Tyler. Duración: 100 minutos. 18 años. Calificación: **

el 17 ago 2010 / 19:09 h.

Habrá quien le tache de dinosaurio. Otros afirmarán sin vacilar que debería haberse retirado antes de parecer la mole de carne retocada con bisturí que provoca más lástima que admiración. Y habrá alguno que eche por tierra los esfuerzos de la estrella por resucitar una forma de hacer cine aseverando que los 80 quedan muy atrás. Como podrán suponer, yo no soy ninguno de ésos.


¿La razón? Crecí durante los 80 devorando el tipo de cine que Los mercenarios rescata con inteligencia para un público acostumbrado a una acción más descafeinada, y el hecho de que Stallone siga queriendo impulsar un actioner como el que se acaba de estrenar supone un tremendo motivo para el regocijo del adolescente que todos llevamos dentro; un argumento que ya utilicé hace un par de semanas con motivo del estreno de El Equipo A y que ahora adquiere una dimensión aún mayor. Y es que si la puesta al día de las aventuras del grupo televisivo resultaba un filme con el que uno se lo podía pasar bomba, estos Mercenarios suman a esa capacidad para el entretenimiento el mismo sentido desmesurado de la violencia del que Stallone ya hiciera gala en John Rambo.

Así, no debería extrañar a nadie que, durante la cinta, los miembros cercenados, las decapitaciones y unas explosiones que harían palidecer al mismísimo infierno tengan tanto o más protagonismo que un guión que sirve de perfecto ejemplo de lo que era el cine de género hace dos décadas: tres o cuatro set-pieces (la última, de media hora de duración, es ejemplar) ejecutadas a la perfección e hilvanadas por escenas sueltas que tampoco dicen demasiado y, eso sí, un nivel de chulería capaz de ruborizar al más pintado (atención a la frase que Jason Statham expele a mitad de la cinta a su novia, toda una declaración de principios).

Y no hay que buscar donde no hay. No intenten encontrar aquí buenas actuaciones porque no las encontrarán. Ni una historia argumentada hasta el último detalle, porque tampoco la hallarán. La propuesta de Sylvester Stallone es muy clara: relajénse, acomodénse en sus butacas y prepárense para agarrarse a los brazos de la misma intentando evitar, en la medida de lo posible, que alguna bala perdida termine reventándoles el cráneo y esparciendo sus sesos por la platea.

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