Feria de Abril

Los muertos vivientes llevan los zapatos limpios

Con 36 grados en los termómetros callejeros, la gente todavía es capaz de hacerse preguntas. Por ejemplo, ¿qué pasa este año con el albero, que no mancha?

el 16 abr 2013 / 23:01 h.

Ambiente en la Feria este martes. / Foto: Manuel R. R. Ambiente en la Feria este martes. / Foto: E. Recio (FOTOGALERÍA. Ambiente en el Real este martes) (Plano de la Feria de Abril) Había hace tiempo en Sevilla una abuelita descreída y socarrona que respondía educadamente a las buenas tardes de los presentadores del telediario y cuyo programa de televisión preferido era el del cura Javierre. Era una abuela muy snob, claro. Hasta extremos ejemplares. Pues bien, cuando empezaban aquellas Últimas preguntas, o como se llamara el tostón, siempre aparecía sobreimpresionada en la pantalla la siguiente cita evangélica: «Y vosotros, quién decís que soy yo» (Mateo, 16:15). Y siempre, siempre, la abuelita, fiel a su costumbre de mantener el feed-back (ella lo llamaba educación), contestaba: “¡Pues Mateo! ¡Si lo está diciendo él mismo! ¡Mateo!” A menudo, embarbascamos el arado del pensamiento en las raíces de disquisiciones interminables e irresolubles, cuando resulta que las verdades son mucho más simples y saltan a la vista, como bien sabía esta señora. Una pena que en la Feria, el escenario más alegre que conocieron los tiempos, no todos coincidan con esta línea de pensamiento. Esta tarde, una mujer intentaba pelearse con su madre por el real, de paseo en compañía de otra anciana (en el papel de psicóloga). Una discusión que explica el porqué de haber contado la anéctoda anterior.   Acababan de cruzar desde Asunción por el paso de cebra de la portada, atrapadas en una manada de volantes, carritos y guasapeadores frenéticos en el trance de mandarle a todo Dios lo nunca visto: ¡una foto de la portada de este año! ¡Guau! Empezaba la hora de comer, y 32 grados como 32 soles caían como la vara de un picaor sobre la avenida, prologando lo que esperaba al gentío no bien pusiera los pies en las calles con nombres de toreros. Pero allí iban ellas tres, a lo suyo, mientras la turbamulta perezosa se asaba viva en la clásica versión sevillana de la expresión pasárselo bien. Que había allí entremedio de la bulla trashumante una mujer que miraba su abanico como espetándole: ¿Tú? ¡Tú ni eres abanico ni eres na ni tienes vergüenza! ¡Tú eres un soplete de manivela!, porque lo que le echaba en la cara no era viento, sino propaganda de los Altos Hornos de Vizcaya.   Ambiente en la Feria este martes. / Foto: Marcos Furilo “¿¡Cómo he sido yo contigo como hija, me lo quieres decir!?”, insistía a voces limpias la menos mayor. La interpelada, con una mezcla del temple de Kung Fu y el desdén de Rajoy, contestaba: “Pues igual que yo contigo como madre”, sin prestarse al juego de comprender el reproche implícito a la pregunta. Caminaban sin fijarse en el ambiente ni en las casetas, donde a esas horas había apenas un cuarto de entrada, pero de gente muy dispuesta: la tarde se presentía intensa y radiante, a juzgar por el trasiego de flores, los abrazotes de los reencuentros y el tráfico de camareros cargados de fritos variados. Por lo visto, la madre tenía 94 años y no valoraba la entrega de su hija, que se había “desvivido” por ella. “Tú has sido... pues una hija normal y corriente.” Y la otra: “¿Normal y corriente, mamá? ¿Quién te ha traído y te ha llevado? ¿No me gasté mil euros en [un no sé qué: se escabullo la palabra] para ti, en vez de irme a Londres? Y la anciana, mientras, fumándose un puro metafórico. “Tú a veces me pones como un guiñapo, y eres muy déspota, hija.” Y esta, desencajada de histeria, exclamó a la altura de Joselito el Gallo con Pepe Hillo:”¿¡Yo soy déspota!? ¿¡En qué sentido!? Déspota en qué sentido, dice. Impresionante. Si esa mujer no era capaz de ver que tenía la inmensa fortuna de poder darse un paseo por la Feria con su madre de 94 años, en vez de ponerla como un trapo por mucho que se lo mereciera (si fuera el caso), ninguna de sus preguntas encontrará nunca respuesta. Si no ves el Mateo sobreimpreso en esa pantalla, no puedes ver nada.   La Feria de Abril resalta mucho este tipo de reflexiones y de enfrentamientos, les confiere una solemnidad que los enquista en el recuerdo para los restos. Parece que no, pero lo que pasa en la efímera Feria, pasa para siempre. Gran paradoja. Hoy había mucho desconsuelo en esa ciudadela de mentirijilla: un hombre vestido de esqueleto manifestándose él solo en la puerta de la caseta municipal, muerta también. Un paisano soberbio que por poco no le tira el clavel a la cara al florista cuando este se lo quiso colocar bien en el ojal, al pie de la portada. Los corrillos despotricando contra la Pantoja tras la noticia de la condena. “¿Y ahora qué, la imputan o ya está fuera?", preguntaba una señora, arrebatada por la vorágine jurídica que se vive en estos días, pero sin comprender ni papa. Sería cosa del calor (y para mañana dan todavía más). A esa hora, de los tres caballos que había, uno era en albóndigas. Pero por la calle Asunción venía una avalancha de personas que daba susto, y hacia las cuatro de la tarde el ambiente era el de un día animado al gusto exacto de Sevilla: ni mucho ni poco: lo normal. Que se quepa en la caseta, que el caballo no se le encabrite a uno en la chepa, que haya gente animando la calle.   Pero en la calle, más que gente (que la había, y mucha), lo que se vivía era un prodigio: el albero de este año es mágico. No ensucia los zapatos. Parece pintado. Eso se llama asentar algo a cascoporro, lo que han hecho este año. A la hora de los postres, 36 grados a la sombra. Se cruzaba uno todo el tiempo con chavalotes enchaquetados bajo fastuosos flequillos de visón, que, entre el bebercio y la insolación, caminaban escorándose a babor con la mirada clavada en alguna alquería de las Hurdes. Eran los primeros habemus papam matinales de la Feria de este año; los primeros muertos vivientes, esos zombis adolescentes tan enternecedores siempre, y con esos zapatos tan limpios, en cuya mirada puesta en lontananza llevaban el empeño clandestino de no querer que nadie se diese cuenta de la papalina. Habría sido más fácil no darse cuenta del calor.   Un hombre cruzaba con un carrito del híper: cada vez hay que irse a aparcar más lejos. Garrapiñadas recién hechas, pone en una barraca. Sí. Como estén igual de recién hechas que el letrero... Y mientras, los más listos economizaban poniéndose tibios en la cervecería de López de Gomara esquina con Vincent Van Gogh. Alguno estaba tan abatido por el calor que echaba mano a las gambas como la grúa de los Hermanos Rosa echa mano a los peluches, que antes coge uno a un tesorero corrupto que un osito de esos. Zoido, siempre a la que salta y siempre tan afecto al gusto popular en materia de rotulaciones callejeras, debería cambiarle el rótulo a esta última y ponerle Vincent Gam Bohn, que es la gran advocación de la feligresía. Una idea.

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