Novilleros: Alejandro Esplá, silencio y silencio tras aviso.
Nicolás López El Nico, silencio en ambos.
Angelino de Arriaga, ovación y silencio.
Incidencias: La plaza registró media entrada muy repartida en tarde progresivamente despejada y fresca.
La tarde, fresca y algo entoldada, traía barruntos del primer marzo y burlaba un calendario que ya apunta al verano. Con San Antonio colgado en el santoral y el Betis bregando en Salamanca, la novillada volvió a dibujar el desolador panorama de un escalafón salpicado de la crisis que azota todos los estratos del reino; de la apatía de una generación de jóvenes que nada sabe de la cultura del esfuerzo. El caso es que cuatro de los imponentes guardiolas pedrajeños lidiados por Fidel San Román brindaron una amplia gama de posibilidades para salir de Sevilla en olor de triunfo. Pero...
El resultado final fue muy distinto. El de ayer volvió a ser un festejo largo en el metraje y vacío de contenido que sólo se salvó del aburrimiento en contados pasajes más propios de capea de amiguetes que de una novillada con picadores en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla.
Especialmente sangrante fue el caso del alicantino Alejandro Esplá. Su ilustre padre reaparecerá puntualmente para darle la alternativa en presencia del mismísimo Morante pero el viejo maestro no quería ni mirar -agazapado en un burladero del callejón- mientras su vástago culminaba su presentación sevillana dando un mitin con el descabello. El joven Esplá, siempre pendiente de escenificar esa torería impostada que nada vale lejos de la cara del toro, se pudo tapar en parte con el primero de la tarde, un auténtico mulo sin estilo que le permitió mantener el beneficio de la duda. Pero con el cuarto, noble y cargado de posibilidades, no supo ni cómo ni dónde meterle mano hasta dejar que se hiciera dueño de la situación en una indisimulada y pasmante demostración de incompetencia.
Pero ahí no quedó la cosa. El mexicano Angelino de Arriaga, que se ha forjado como novillero a orillas del Guadalquivir, sorteó el mejor lote: un regalo envenenado con el que iba a descubrir una alarmante ausencia de valor. Arriaga ya esbozó algo cuando se tiró de cabeza al callejón como si le persiguiera un inspector de hacienda al perder el capote. Y el cuate lo confirmó después: colocándose siempre a cien quilómetros de su enemigo, intentando componer a toro pasa y escondiendo el cuerpo detrás de la mata después de buscar esa apostura tan propia del toreo azteca que nada vale sin el más mínimo gramo de entrega. Visto para sentencia.
Dicen que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. En cualquier caso, no se le puede negar ni un ápice a la entrega de El Nico, un muchacho algo basto en el cuerpo y en las formas que culminó su presentación en Sevilla con dignidad. Primero, templándose con el notable segundo de la tarde, que recibió un duro castigo en varas después de herir al caballo de picar. El granadino supo tirar de él en un puñado de muletazos diestros muy encajados aunque se quedó algo más descubierto por el lado izquierdo. Tampoco volvería la cara con el quinto, un manso de libro con enorme peligro sordo.