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Los 'otros' saharauis

Mientras por una puerta del aeropuerto se marchan los niños que han pasado aquí el verano dentro del programa ‘Vacaciones en Paz’, por la otra regresan sus hermanos mayores para cursar sus estudios con familias españolas.

el 31 ago 2014 / 16:00 h.

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saharauisEl Aeropuerto de San Pablo ha vivido este fin de semana un hermoso melodrama en sus dos plantas al mismo tiempo: arriba, en la de Salidas, docenas de niños saharauis y sus familias españolas concelebraban como todos los años por estas fechas el ritual de la despedida y el regreso de los pequeños a los campamentos de refugiados de Tinduf. Abajo, en la de Llegadas, otro medio centenar de padres y madres vocacionales con el corazón puesto en el desierto aguardaban el aterrizaje de esos otros muchachos, esta vez algo más talluditos, que volaban hacia Sevilla para emprender o proseguir sus estudios de secundaria o bachillerato. En algún caso, el que venía era hermano mayor del que se marchaba, y solo pudieron verse a lo lejos, a través de un cristal (exactamente lo mismo que les ocurrió dos meses atrás, cuando los estudiantes volvían a casa y los pequeños desembarcaban en Sevilla para pasar el verano). Ambos fenómenos tuvieron, además del tiempo y el lugar, al menos otras dos coincidencias importantes: el habitual mar de lágrimas de los adioses y los reencuentros y, sobre todo, la proverbial demora de Air Algerie ya sea para traer niños o para llevárselos. Si en las últimas horas del viernes nadie confiaba en que el avión con los más pequeños fuese a despegar en los primeros compases de la madrugada, según estaba previsto, menos aún podían imaginar que hasta las once de la mañana de ayer no saldría el vuelo, tras una noche entera de espera por culpa, según comunicaron los propios niños desde la zona de embarque con sus teléfonos móviles, de una avería en el avión. El programa Vacaciones en Paz, por el que cientos de niños saharauis vienen a España para pasar julio y agosto, es sobradamente conocido. Todos los años –tanto a finales de junio con la llegada como por estas fechas cuando se despiden los chiquillos–, los medios de comunicación publican abundante material y un montón de reportajes repletos de abrazos, cifras y testimonios diversos que ya se han convertido en un clásico del periodismo veraniego y gracias a los cuales se ha popularizado esta acción solidaria. Sin embargo, de ese otro proyecto, llamado Madrasa, apenas nadie sabe nada. Y lo primero que conviene saber es el nombre de la persona gracias a la cual se obra el prodigio todos los años: Encarna Amorós, presidenta de la Asociación Madrasa Saharaui de Mojácar (Almería), a través de la cual se organiza todo el proceso, desde el asesoramiento a las familias españolas hasta la obtención de visados y el buen cumplimiento de todo el entramado legal de un empeño como este –que no es poco–, la organización de los viajes, la atención de contingencias y apaciguar los nervios de los más impacientes.   entrega personal. Si algo hay que decir de Encarna Amorós es que es todo un carácter. Sin su tenacidad, su resolución, su coraje y su valentía sería absolutamente imposible sacar adelante este trabajo hercúleo –y en buena medida, personal suyo– gracias al cual decenas de adolescentes y jóvenes de los campamentos del Sáhara pueden cursar sus estudios no ya alejados de sus familias en los austeros internados argelinos, sino en los institutos públicos de Andalucía, en el seno de esos hogares que ya compartieron en aquellos veranos de su infancia y que con el paso de los años se fueron convirtiendo en su segunda casa. En la madrugada de ayer, durante la larga espera y mientras al Aeropuerto de San Pablo solo le quedaba para apagar las luces esta llegada prevista en principio para las 22.45, Encarna comentaba a este periódico que su cometido se antoja excesivamente duro y que no faltan episodios de incomprensión –familias españolas que no cumplen los trámites requeridos o no pagan las cuotas «pero luego exigen como los que más»– y sinsabores diversos, pero que una cosa tiene clara: «Yo no sé si un día diré que ya no puedo más y que lo dejo, pero lo que sí sé es que no dejaré nunca tiradas a las familias que están en esto y que han confiado en mí hasta ahora». Hercúleo se decía antes. Milagroso, tal vez, sea término más adecuado para una tarea en la que hay que conciliar los afanes, ilusiones y posibilidades de las familias con las burocracias española, saharaui y argelina. Era una impresión que compartían muchos de los congregados. Escenas como la de la madrugada de ayer en el Aeropuerto de San Pablo, rebosantes de emociones rampantes, de felicidad y de manos alzadas con los móviles para recibir a flash limpio a cada uno de los saharauis que aparecían por las puertas, son posibles gracias a ese trabajo que desde Mojácar ha logrado traer a jóvenes estudiantes prácticamente para toda España. Ahora, con la proliferación de otras asociaciones similares por el resto de la Península, la labor de la Asociación Madrasa se circunscribe preferentemente a Andalucía, adonde vinieron ayer 44 saharauis procedentes de las distintas wilayas o provincias que componen los campamentos:Smara, Auserd, Dajla, Aaiún y Bojador. De estos 44 recién llegados, 9 van para Almería; 2, para Badajoz; 7, para Cádiz; otros 7, para Córdoba; 1, a Granada; 5, a Huelva; 5, a Jaén; 2, a Málaga; 1, a Murcia; y los 5 restantes, para Sevilla. Todos los gastos de traerlos y devolverlos, estancia y manutención corren por cuenta de las familias españolas. Lo que ellos estudien, eso ya es cosa de cada cual. Hasta ahí llegan los milagros.

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