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Los papeles de la Giralda

el 26 ene 2012 / 22:29 h.

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En su infinita inocencia, servidor siempre creyó que las ciudades las diseñan básicamente sus ayuntamientos y que para eso se toman la molestia de llevarse años dándole forma a sus planes generales de urbanismo, el famoso PGOU de turno. El documento, que cuando los periodistas nos ponemos en plan propio definimos como la biblia urbanística de la ciudad, suele ser fruto de un proceso de negociación política (o como mínimo de discusión, para tirarse los trastos a la cabeza) en el que además ciudadanos y colectivos sociales tienen su oportunidad de alegar, criticar y presentar objeciones. Después viene una autoridad superior, pongamos por caso la Junta de Andalucía, que bendice (o no) todo lo anterior, dice lo que hay que corregir, se vuelve a discutir y, al final, sale un documento que ya hemos quedado que es palabra de Dios, el marco que dibuja cómo crecerá la ciudad.

Bueno, pues lo anterior parece que vale para todos lados menos para Sevilla. Aquí ya sabíamos que los tribunales de justicia también modelan la ciudad, porque lo mismo le dicen al Ayuntamiento que no puede expropiar Tablada que le prohíben recalificar una mínima parte de un parque para levantar una biblioteca, por muy universitaria y de Zaha Hadid que sea. Ahora es Icomos, el órgano asesor de la Unesco para temas de patrimonio, el que a cuenta de la Torre Pelli le dice al Consistorio que le vaya pasando papeles y que le avise con antelación de sus planes urbanísticos. ¿No habíamos quedado en que el Ayuntamiento debe diseñar su ciudad? ¿Quién maneja entonces el lápiz?

Para colmo a esto se le une que, si algo ha demostrado el paso del tiempo, es que Sevilla cuando avanza lo hace muchas veces a pesar de sí misma. Igual que sorprenden las limitaciones externas que parece tener el Consistorio para dibujar su territorio, también se quedan los ojos como platos con esa tradición milenaria de Sevilla de ponerse la zancadilla a sí misma, con esas marejadas que se forman en cuanto se intenta algo distinto. Si una iniciativa no la impulsa una hermandad o un colectivo muy-de-aquí, de los de toda la vida, tenga usted por seguro que no habrá oleadas de entusiasmo. Es lo que hay.

Nos ponemos a buscar un ejemplo y lo encontramos hace dos décadas, cuando hubo mucha gente (demasiada) en contra de la Exposición Universal, de la mismísima Expo que permitió que la ciudad superase por fin el franquismo desde el punto de vista urbanístico y de las infraestructuras. Y aun así nos quejábamos y lo criticábamos todo, así nos luce el pelo. Ahora un penúltimo episodio lo estamos viviendo con la Torre Pelli. Vaya por delante que de partida no soy contrario: no entiendo que la modernidad tenga que presentarse a la fuerza en formato de rascacielos y creo que hay soluciones arquitectónicas vanguardistas que resuelven mejor las cosas en horizontal, pero aquí se hizo un proceso y ganó el proyecto de Pelli. ¿Son necesarios 178 metros de altura? Probablemente no, pero Sevilla necesita algo distinto, que llame la atención y más en una de sus entradas, porque los accesos a la ciudad son de lo más triste que nos podemos echar a la cara. ¿Tiene incidencia la torre sobre el paisaje de la ciudad? Por supuesto que sí, como el puente del Alamillo y cualquier construcción que en esta urbe chata supere los 50 metros de altura. ¿Esta incidencia es tan grave como para afectar negativamente a la valoración del conjunto del casco histórico y de sus monumentos? Eso ya no lo tengo tan claro: la torre está en la Cartuja y no a la sombra de la Giralda, a este paso sólo se va a poder hacer algo diferente en Torreblanca para que no moleste a nadie.

La cuestión de las críticas también tiene su punto. La reforma de la Plaza Nueva y la Avenida, la peatonalización de Asunción, ni que decir tiene las setas de la Encarnación, todos estos proyectos tuvieron su contestación y generaron un verdadero debate ciudadano que, sinceramente, creo que ha sido mucho menor con la torre. Puede gustar más o menos pero ha sido ahora, con todo este lío, cuando la discusión ha llegado a la calle, porque a nadie le entusiasma que a su ciudad la metan en una lista negra por muy exagerada que sea la cosa.

A todo esto la Giralda como telón de fondo, imponiendo esa ridícula limitación no escrita de que nada supere sus casi cien metros. Una Giralda que, por cierto, menos mal que sacaron los papeles para levantarla hace ocho siglos, que si no ahora Icomos habría puesto reparos. Por no hablar de la denuncia contra las obras de la Catedral (¡nos tapa las vistas!) que habrían puesto ante el TSJA los vecinos de la zona, que hasta ahí podía llegar la broma. Madre de Dios, qué ciudad.

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