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¡Los peces del río no son mutantes!

Comienza, con las temperaturas propias del otoño, la época idónea para pescar a orillas del Guadalquivir. Los fines de semana no cabe un alfiler entre el puente de la Barqueta y el del Alamillo, pero los verdaderos aficionados le roban minutos al sueño nocturno o a la cervecita del mediodía para echar un rato con los amigos también entre semana, caña en una mano y botellín en la otra.

el 25 oct 2009 / 22:35 h.

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Un pescador muestra su última capturada, cobrada cerca del Alamillo.

“Intentamos venir dos veces a la semana”, dice Raúl González, un sevillano de Alcalá de Guadaíra de 23 años. En el plural incluye a su padre Rafael –de quien aprendió todo lo que sabe de la pesca- y a su amigo Raúl. “La mañana de momento nos va bien”, comentan mientras muestran orgullosos los más de diez ejemplares que tienen ya en su haber. El sentido de la vista es rápido: son albures de buen tamaño, hermosos como se suele decir. El del gusto no está tan claro. Corre el rumor de que el río Guadalquivir, al menos el tramo que atraviesa la ciudad, está tan contaminado que si se baña uno en él sale uno con tres orejas y cuatro brazos. Padre, hijo y amigo ponen fin a esta leyenda: “Nosotros los comemos adobados y seguimos vivos.” Al horno o al pimentón, reconocen que los cogen porque “hay muchos”. Por el black-bass, sin embargo, tienen “absoluto respeto”. Disfrutan con su captura, no con su muerte, por eso los sueltan.

Lo llaman el 'captura y suelta'. Francisco Márquez y José Gómiz, jubilados y amantes de la pesca deportiva, son defensores de este tipo de pesca. “No sólo no los matamos”, dice Francisco, “sino que intentamos que sufran lo menos posible”. Es el amor del pescador hacia su presa. Pero no a todos los pescadores les mueven las mismas motivaciones. Los que tienen licencia acusan a los que no las tienen de matar a los peces sin tener en cuenta la talla, de ensuciarlo todo y de no respetar las normas. Los que no las tienen, como Pablo y Julián, dos jóvenes rumanos afincados en Sevilla desde hace tres años, aseguran que “ellos no ensucian y que pescan para comer”.

Las carpas, albures, lisas, black-bass, anguilas, bogas y barbos que hay en el río acuden a la masa de harina y agua, o al maíz o lombriz que ponen como cebo en la caña con carrete –“apropiada para la pesca del black-bass”, dice José– o bien en la caña coup. Para atraer a los peces lanzan al río los llamados cebaos, que no son más que una masa de “gusanos, harina de maíz, de habas, galletas, magdalenas y pan rallado”. Todo un manjar que, para los nada aficionados a esto de la pesca, no hace sino provocar una cara de repulsión total.

Si va por allí sepa que puede ver casi de todo: desde una mujer bañándose desnuda hasta carritos de la compra y bicicletas del Sevici. Lo que no verá mucho es a mujeres pescando. Ellos, los hombres, aseguran que cada vez son más las aficionadas, pero la realidad habla por sí sola: de los 25 pescadores que había entre puente y puente ayer por la mañana, sólo uno era mujer: Marga García, de 37 años. Lleva pescando en el mismo sitio desde diciembre y se queja de la superioridad que muchos “machotes” creen tener en este deporte.

Pero tanto ellos como ellas comparten lo que les gusta llamar “la ciencia de la pesca, es decir, ir al río a echar un rato con los amigos, a relajarse y a escuchar a los pájaros”. Si se animan sepan que el buen rato está asegurado: “la pesca es lo de menos.”

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