Cultura

Los pentagramas salieron de caza

La jornada de ayer fue la consagración de una cita, el Día Mundial de la Música, que al fin consigue instalarse en el calendario como uno de los días a tener cuenta en la agenda cultural. Más de 12 horas de música dieron sentido a un evento que no pasó desapercibido. Foto: Gregorio Barrera.

el 15 sep 2009 / 06:44 h.

La jornada de ayer fue la consagración de una cita, el Día Mundial de la Música, que al fin consigue instalarse en el calendario como uno de los días a tener cuenta en la agenda cultural. Más de 12 horas de música dieron sentido a un evento que no pasó desapercibido.

En las urbes más renombradas de Europa, el día de ayer lleva años festejando el arte de los sonidos. Sevilla, bastante más rezagada, ha despertado al fasto gracias a ese logo que reza cómo la ciudad es capital de la música. Y ayer, si Sevilla hablara por sí sola, bien podría haberlo cantado a pulmón lleno y en la torre más alta. Pocos recordarán una jornada más cargada de oferta musical que la vivida ayer. Todos los espacios, oficiales y alternativos, abiertos de par en par y, en las calles, la siempre agradable constatación de que no hay un arte más universal que el que emana de unos instrumentos.

El batería americano Gerhard Illi ha debido tener muchos públicos, pero ninguno tan variopinto como el que ayer siguió su excéntrico y trepidante recital en el corazón de la Plaza Nueva. Ni turistas ni manifestaciones, en pleno corazón de la ciudad, unas 200 personas escucharon sin poner un pero un tour de force percutivo que, entre cuatro paredes, hubiera irritado a los talibanes de la máxima: "La música sirve para relajarse".

Desde luego, al mediodía, Morfeo parecía andar bien lejos del Museo del Baile Flamenco. Allí, los jóvenes artistas convocados parecían estar más cerca del Nirvana que de las garras del sueño. Y el público, que acabó jaleándoles, comprendió que se puede pasar de la batería vanguardista al compás de bulerías en menos que se calza un tres por cuatro. Y si esto no es así, que hable la Banda de la María, que retó al calor interpretando un repertorio en el que cabían desde un pasacalles a una pieza de cabaret tamizada de arte jondo.

Otro templo en el que los pentagramas decidieron ayer salir de caza fue el Teatro de la Maestranza. A media tarde, en el vestíbulo que da acceso a la sala, músicos del Manuel Castillo rescataban páginas ignotas de autores como Duvernoy y Dauprat. Y unas horas antes, el escenario principal había enmudecido para escuchar una asombrosa reducción para dos pianos de la Cuarta Sinfonía de Mahler, obra que también se interpretó por la noche ya con las huestes de la Sinfónica de Sevilla.

Coincididiendo en tiempo con la ROSS, la Orquesta Barroca se despidió hasta el otoño de sus incondicionales y, en la Plaza de San Francisco, los técnicos se afanaban mientras en montar un escenario para El Lebrijano. Más cante jondo hubo en la Alameda y para despedir el atracón, a las doce de la noche, hora de brujas, el Festival Art & Músic concilió funky y rap en Microlibre. Claro que hasta ahí, sólo llegaron los más incombustibles.

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