A Felisa le molestan las goteras como a todo el mundo. La diferencia es que ella vive en una casa palacio símbolo de un esplendor del siglo XVIII que agoniza en la desidia de sus actuales propietarios. 32 buzones oxidados aguardan como únicos vestigios de la época. Las malas yerbas crecen en los patios a más de dos metros por encima del suelo. Los elevados techos, en su día engalanados con lámparas de araña, muestran hoy las entrañas del edificio. Los azulejos de loza están apuntalados. La mayoría de las vigas, también. Nueve familias pagan una renta de entre seis y 600 euros al mes para convivir de este modo con sus caseros, la Gerencia de Urbanismo y la cadena Quo Hoteles (dueños del Hotel San Gil).
El que la casa palacio del Pumarejo fuera catalogada en el 2003 como monumento no ha bastado para llamar la atención sobre su abandono institucional. Porque el proyecto redactado a medias con los vecinos para la rehabilitación del inmueble parece que se ha guardado en un cajón sin fondo. "El Ayuntamiento nos dijo que como sólo es propietario de la mitad del edificio no puede acometer las reformas previstas y anunciadas para este año. Que legalmente necesita poseer el cien por cien de la casa para hacerlo", se queja Pepe Pedrinazzi, uno de los seis hijos de Felisa. Él también está enojado porque el Consistorio les prometió en el 2006 una ejecución inmediata de las obras sin citar este impedimento. "Nos han hecho perder el tiempo. Porque una expropiación todo el mundo sabe que tarda entre 18 y 24 meses". También se dice que en tiempos electorales las promesas, a veces, vuelan demasiado alto.
Como las yerbas del patio interior del palacio del Pumarejo. Así que los vecinos de la zona se pusieron ayer el mono de trabajo y las arrancaron. "Estaban criando ya muchos bichos y mosquitos que afectaban a los vecinos de arriba. Eran un foco de infección". Después se subieron a la azotea para tapar con pintura de caucho parte de las goteras del edificio. La plataforma pagó los 300 euros de los tres bidones que hizo fasta utilizar. Pepe, en cambio, lleva gastados más de seis millones, "de las antiguas pesetas", en adecentar la casa de su madre. "La Gerencia ha hecho tres o cuatro obras subsidiarias. Lo que consiste en apuntalar vigas para evitar el peligro. Por eso desde hace tres años pesa sobre los propietarios una declaración de incumplimiento del deber de conservación. Pero no arreglan nada". Para eso ya está él, pensarán. Astillero de profesión, ha cubierto de losas de yeso los huecos que dejaron los operarios del Ayuntamiento cuando rompieron los falsos techos para valorar su estado. El resultado fue un 19% de ruina y "mi madre traumatizada por cómo lo dejaron todo".
Y es que Felisa llegó al número 12 de la primera planta de la casa palacio del Pumarejo en 1974. Ha sido testigo de la celebración de bodas y comuniones en el patio. Crió a sus tres niños y a sus tres niñas en dos habitaciones colmadas de literas. Cuando llegaron las goteras, sacó el cubo y llenó su cama de plástico. E hizo oídos sordos a los grupos musicales que antaño alquilaban los cuartillos de la azotea para ensayar. Porque "no me quiero ir de aquí". A sus 75 años, no le importa subir escaleras. "Lo que pesa es la edad". Su sueño: "que me dé tiempo a conocer la reforma. Porque no me fío ni de la ropa que llevo puesta". Ella siente que vive en un palacio. "Sólo faltan el rey o la reina que lo quiera mejorar".