Ayer tuve la ocasión de charlar largo y tendido con un taxista. Es un gremio que siempre he admirado por muchas razones. Imaginen que tienen ustedes que bregar con no se sabe quién y no se sabe cuándo. Espaldas suficientes hay que tener para poder dar conversación en un momento dado, cuando cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre. Y cuando las miradas de la crisis se centran en el sector de la automoción, en los bancos y entidades financieras, y en otros más, no centramos nuestra lupa en quienes están a pie de calle, en la trinchera, en primera línea de crisis.
Y los taxistas lo están pasando mal. Porque los carburantes bajan muy despacio en comparación al precio del barril de petróleo, porque sus impuestos, leoninos, son los que son, y porque mucha gente, por cuestión de bolsillo, ha dejado de parar la luz verde. Y no tenemos en cuenta el valor añadido. Que ellos nos aguantan nuestros enfados y nuestro buen humor. A lo que venga. A lo que entre por la puerta del coche. Que pase pronto este sin vivir.
