Cultura

Los toros de Guisando

La Maestranza de Sevilla celebró ayer la quinta corrida de la Feria de Abril con los matadores Sánchez Vara, Iván García y Fernando Cruz.

el 15 sep 2009 / 02:33 h.

Por aplomada, tarda, mansa e inválida. Por descompuesta, sosa o simplemente peligrosa, la imponente corrida de Cuadri cosechó un indisimulado fracaso en la Maestranza, propiciando un paupérrimo espectáculo que, para más inri, no se salvó de esa tendencia irrefrenable que amplía la duración de las corridas de toros baratilleras más allá de las dos horas y media. Todo ello, en medio del regodeo en el tiempo muerto, ritualizando hasta la marcha de los picadores o la entrada de los banderilleros, la salida del paseíllo o la acción de los areneros; demorando el cambio de los tercios hasta la exasperación. Se alargan así sin ningún sentido los tiempos naturales de una lidia que se escenifica de forma premiosa, casi desesperante, restando el dinamismo que siempre acompañó al espectáculo taurino.

Como el año pasado, la corrida pareció atornillarse al suelo en muchos de los pasajes de su lidia, pero si en aquella ocasión cuatro de los toros mostraron buen fondo cuando eran convenientemente atacados, en esta ocasión la corrida no habría servido ni para echarla por las calles dada su blandura de manos, la manifiesta invalidez de seis reses que fueron picadas, con dos contadas excepciones, a base de infamantes refilonazos y picotazos. Como los toros de Guisando, parecían ciclópeas moles pétreas que no se movían ni para alante ni para atrás.

En medio de la tiniebla que oscureció a la bravura, asomando en medio de este cuento chino del torismo en el que se apoya la fama de los toros de Trigueros, sólo se puede salvar la firme determinación de Fernando Cruz para sobreponerse a las circunstancias y enseñar su seco valor e incluso, cuando alguno de sus toros medio se equivocó, la calidad que atesora. Salió a por todas, antes de que lo tocaran los banderilleros, a recibir el tercero, un toro que salía huyendo de los capotes y que aunque pareció meter la cara en la brega se acabó derrumbando a la salida de un puyazo. Se cambió el toro con otro refilonazo y después de esperar en banderillas mostró sus aviesas intenciones lanzando un gañafón de infarto a su matador, que se empleó a fondo en una entregada labor muy por encima de un toro descompuesto, orientado y cobardón que se echó a mitad del trasteo. Pese a todo, Fernando Cruz porfió, sobre todo con la muleta en la mano izquierda, hasta ganarle la partida a base de cruzarse y atacar a este boyancón que acudió a los embroques con la cara por las nubes antes de aplomarse y orientarse definitivamente.

Pero a Cruz aún le quedaba gas, todo el que no tuvo la corrida, para imponerse al sexto, un auténtico mulo, manso y sin estilo, que también rodó por los suelos y en el que volvió a derrochar entrega, valor y hasta un atisbo de su buen concepto en los tres o cuatro muletazos que le pudo enjaretar a base de llevarlo muy tapado. Se mereció Cruz la repetición en la Maestranza. Que lo veamos.

No le faltó el ánimo al alcarreño Sánchez Vara, que ayer se presentaba en la Maestranza con el bagaje de ese sólido oficio adquirido por los pueblos de las dos Castillas. Resuelto, firme y resolutivo con el capote en el toro que abrió la tarde, pasó con más pena que gloria con las banderillas -igual que su compañero Iván García- antes de pasar de muleta a un toro que a pesar de su alegría inicial en la lidia, no llegó nunca a entregarse del todo. Sánchez Vara tuvo que aguantar varios parones del animal, pasándolo de muleta con temple, oficio y recursos sacando los mejores muletazos sobre el pitón izquierdo. En cualquier caso, al tercer pase, el toro ya se quería enterar de qué había detrás de la muleta. Como una premonición, acabó absolutamente parado y Sánchez Vara lo despachó de una estocada trasera y caída que consiguió echarlo abajo.

El cuarto tuvo más genio que codicia en el capote y el diestro de Guadalajara se lo sacó con habilidad a los medios. Por fin se vieron dos puyazos aceptables, aunque el segundo tercio, esta vez en solitario, sólo fue pasable. Se sacó Sánchez Vara al toro más allá de las rayas con sabrosos y mandones muletazos por bajo, pero bruto y descompuesto como era, sólo acertó a pasar a trompicones en el engaño de su matador antes de aplomarse por completo. La habilidosa y fulminante estocada final puso fin al suplicio.

Volvía a la Maestranza el también madrileño Iván García, un ruedo demasiado ancho para reaparecer de una cornada que lo ha tenido sometido a un calvario desde el pasado mes de septiembre y en el que, además, el pasado año pasó de puntillas. Brilló con el capote Iván García, suspendió en banderillas y tuvo la mala suerte de sortear el único toro con posibilidades de todo el encierro. Fue el segundo, tardo y aplomado como sus hermanos, pero con cierto fondo de clase y bondad cuando se le atacaba en tiempo y forma y se acertaba a dejarle puesta la muleta. No está para muchas fiestas el rubio diestro madrileño, que con el marmolillo que hizo quinto insistió hasta convertiste en un pelmazo.

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