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Los últimos de la Pasión

Historias infinitas hay para contar en la jornada más antigua de la Semana Santa, el Viernes Santo festivo, pero nos detenemos en cuatro. Del Sábado asoma la intrahistoria de un hermano de los de a pie, y de La Resurrección savia nueva de su grupo joven.

el 16 sep 2009 / 01:10 h.

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José Palomero Ruiz de Arévalo. En los servitas desde 1985

«El cortejo servita es romántico»

En su casa suena Juana de Arco y huele a torrijas caseras desde el Viernes de Dolo¬res. Sobre el mueble principal del salón, una réplica del Cristo de la Buena Muerte¬, de Los Estudiantes, y un póster de una hermandad de negro. Tradición pontana y alma de El Puerto de Santa María. Así es la estética de José Francisco Palomero¬ Ruiz de Arévalo, hermano de los Servitas desde 1985 y nazareno anónimo de la corporación de San Marcos. Nacido en 1957 en Puente Genil, donde se celebra la tradicional Mananta, Palomero cumplió sus primeros años al son de la devoción a Jesús Nazareno, El Terri¬ble, bajo el puente del Genil. Criado¬ en una familia de sangre ferroviaria, a los 11 años emigró a El Puerto, donde, según relata, perdió "las buenas costumbres pontanas". Y en 1983 estableció su residencia definitiva en Sevilla, una ciudad que, por su magia cofrade, "me hizo revi¬vir aquel cosquilleo que tenía de pequeño".¬ Dos años más tarde, y en un atardecer de Sábado Santo en la castiza Plaza de San Marcos, se postró ante la Virgen de los Dolores, que sostiene en su regazo al Santísimo Cristo de la Providencia. "Aquel día me enamoré de esa imagen", relata con voz emocionada 24 primaveras después. "Fui porque¬ había venido de trabajar y tenía ganas de ir a conocer la cofra¬día, pero nunca me imaginé que aquello me iba a impactar tanto", ensalza. En un alarde de pasión incontrolable, Palomero sostiene que su hermandad "es una auténtica joya". "El cortejo servita es romántico, tiene ese aire de auténtico que le hace especial", subraya.

Isabel Santiago Alonso. Del grupo joven de la Resurrección

«La Resurrección está muy viva»

Criada en el seno de una familia de sangre cofrade -el primo de su padre es el capataz Antonio Santiago-, Isabel Santiago Alonso se crió entre la devoción a la hermandad de La Exaltación y la admiración hacia la corporación de La Resurrección. Costalera de Santa Teresa, de María Auxiliadora de Jesús Obrero, del Santo Entierro de Morón y de la Esperanza y Pasión de Juan XXIII, se vinculó con apenas 15 años al cortejo blanco de Santa Marina, su motor de fe y principal motivación cofrade durante los 365 días de un calendario litúrgico en el que, confiesa, participa activamente. Declarada creyente y una de las principales miembros del grupo joven de La Resurrección, Isabel define a su cofradía de forma superlativa: "No se puede explicar con palabras lo que se experimenta dentro de ella, pero lo que sí está muy claro es que es un grupo humano vivo, muy vivo", señala. Es, según su opinión, una hermandad "muy humilde y muy grande al mismo tiempo". "Allí estamos todo el año, y esa labor se nota a la hora de hacer estación de penitencia", reflexiona alguien que cada madrugada de Domingo de Resurrección cambia su traje de Sábado Santo por el de acólito en el camarín de la Virgen de la Aurora. "Son momentos de nervios y cosquilleo, ya que es ahí cuando te das cuenta de que ya llega el momento que llevas esperando todo un año", expone. Admiradora rendida a la marcha Gitano de Sevilla en la Alfalfa, Santiago es una mujer atípica en el mundo de las cofradías. Ha sido capaz de ejercer su derecho a participar en la vida interna y espiritual de su corporación sin recurrir a su apellido.

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