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Los ‘vuelos de la droga’ evitan el aeropuerto de Sevilla

Es una ruta poco transitada por los traficantes de estupefacientes

el 05 feb 2011 / 18:57 h.

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Las maletas siempre se revisan en presencia del viajero.

Una cajita con pastillas marrones y cremosas, envueltas en celofán transparente, que llega en la enorme maleta roja de un viajero del vuelo de Bogotá, Colombia. Mmm... "Perdone, caballero, ¿eso qué es?", pregunta, sin remedio, el guardia civil del puesto aduanero del aeropuerto de Sevilla. Aunque las bajísimas cifras de incautación de estupefacientes en el control de San Pablo revelan que Sevilla está fuera de las rutas aéreas de la droga, no se puede bajar la guardia. El viajero se explica: "Es dulce de leche para mi madre, que le encanta". El guardia replica: "Bien, vamos a cortar un pequeño trozo para hacer un test".

El pasajero no se inmuta: el dulce tiene todas las papeletas para llamar la atención en el control antidroga y él está acostumbrado a los registros, porque es colombiano, vive en Sevilla desde hace 20 años y vuela mucho. "¡No sabes los controles que paso cada vez que viajo! ¡Hoy llevo seis! En Bogotá son terribles, antes de salir del aeropuerto pasé tres". El suyo es uno de los considerados vuelos calientes, procedentes de países productores de droga y usados por los traficantes para intentar colarla de las formas más estrafalarias: entre las dos mitades de marcos para fotos, en botes de crema, en los canutillos de plástico que sujetan por arriba y por abajo los calendarios de papel... Los guardias llevan un catálogo mental de las ocurrencias que los agentes han descubierto, pero saben que hay otras aún por desvelar. "Cuando cogemos a uno, puede que antes haya logrado pasar sin que lo detectáramos. Pero eso juega en su contra, porque la siguiente vez es más probable que sospechemos".Sospecharon, por ejemplo, de una empresa que importaba mediante mensajería cables para ordenadores. "¿Cables? ¿No se fabrican cables en España o qué?", se preguntó un agente, pese a que el envío había sido catalogado como libre de sospecha.

Sólo hizo falta cortar uno y ver caer un polvillo blanco. "Y cuando lo ves, tú ya sabes que nadie monta ese tinglado para meter azúcar", ironiza el agente. Entonces se aplica el narcotest, que reacciona con los estupefacientes cambiando de color. Algunos distinguen el tipo de droga, otros sólo detectan que lo es. En Sevilla no da positivo demasiadas veces, porque es un aeropuerto con escasos vuelos internacionales y pocos viajeros, y los traficantes parecen preferir el anonimato de terminales más concurridas.Eso explica las pírricas cifras de droga incautada: un kilo de cocaína y 220 gramos de hachís el año pasado; casi cinco kilos de cocaína y 133 gramos de hachís en 2009; y 16,5 kilos de cocaína y 90 gramos de hachís en 2008, cuando estaba activa una ruta caliente procedente de Brasil que llegaba a Sevilla con escala en Lisboa. Hay otra explicación para tan poca cantidad de droga, y es que la Policía Nacional trabaja de forma preventiva para detectar los envíos y esos alijos, controlados durante el viaje y decomisados al llegar al aeropuerto, no se incluyen en el balance de la Guardia Civil, que sólo refleja la droga localizada en los controles a la llegada de viajeros o carga. Los golpes policiales contra el vuelo Brasil-Lisboa-Sevilla, por ejemplo, desactivaron esa ruta y ya hace tiempo que no se encuentra droga en ese trayecto.


Los delincuentes suelen tratar de colar la droga de tres formas: oculta en el equipaje, como mercancía o dentro del cuerpo de personas que se tragan las bellotas de droga envueltas en plástico para evitar que el estómago las digiera, y una vez en España las evacúan. Si es peligroso en trayectos cortos como el de Marruecos, en vuelos trasatlánticos es tan arriesgado que casi no se ven casos, porque la rotura de una bellota supone una muerte casi segura, sobre todo si es cocaína o heroína: "A esa gente se le nota. Desde que se tragan las bellotas no pueden comer, beber ni ir al servicio. Tantas horas de vuelo y llevar eso en el estómago les afecta -llevan muchas bellotas para que sea rentable- y al llegar se les nota", dice un oficial con años de experiencia en el servicio. La sospecha se verifica con rayos X.


Entre las flores.
Ocultar la droga en el equipaje deja más lugar a la imaginación. En la terminal de carga se han detectado dentro de palés de plátanos y flores llegados de Sudamérica. Las flores son un cargamento habitual en Sevilla, sobre todo antes de Semana Santa, ya que las cofradías traen muchas flores de Colombia. A los guardias les toca afinar los sentidos.


Uno de los primeros filtros son los perros detectores de droga, como Lucas Junior, un labrador canela que se pone a jugar cuando lo sitúan junto a la cinta transportadora de maletas. Se sube en los equipajes, olisquea, corre de un lado a otro y, de pronto, se vuelve loco y empieza a rascar una maleta azul. Es el cebo que la Guardia Civil ha preparado con hachís para un simulacro que despierta la curiosidad del pasaje del avión, procedente de Bilbao con unos 60 viajeros. Lucas no para hasta que su guía le da un rodillo de felpa y se pone a jugar con él. "No le interesa la droga, pero el juego que le hemos enseñado es así: él la encuentra y se lleva su premio, que es el rodillo". Su entrenador dice que huele igual un gramo que 7 kilos, e insiste en desmentir lo que siempre le preguntan: "No, a los perros no les damos droga".


"A veces el perro marca y no encontramos nada porque ya no hay, pero hubo, porque no se equivocan", dice el guardia civil, que recuerda que en una ocasión Lucas, en una de sus mayores hazañas, señaló una toma de corriente en la pared de una casa que la Guardia Civil estaba registrando, y que era el diminuto acceso a una caja fuerte empotrada donde se escondía la droga.


Olor de la droga. Los perros estudian para estar al día: tienen que conocer los olores de las nuevas drogas. Son entrenados desde cachorros a estar entre la gente y a no asustarse, en especial con los ruidos fuertes. Lucas lo demuestra mordiendo su rulo sin inmutarse mientras a su lado arrastran una escandalosa fila de carros portaequipajes.
Los guardias dicen que los perros y el escáner ayudan, pero hay que tener vista para localizar en el control de equipajes al que lleva droga. "Las mafias cogen a pobres desgraciados en apuros económicos y les pagan el viaje y 3.000 euros para que pasen la droga", dicen los guardias, pero si los descubren pueden pasar muchos años en prisión. A fuerza de ver maletas, los guardias acaban notando si tienen dobles fondos o escondrijos. Las revisan siempre delante del viajero y le piden que sea él quien las abra y las manipule.
Al ser sorprendidos, muchos alegan: "No sé quién me ha puesto eso en la maleta", excusa que no sirve desde que cada cual tiene que facturar su propio equipaje. Otros se echan a llorar, y los hay que permanecen impasibles: a un guardia, uno de estos correos le espetó: "Pues hace un mes pasé con el mismo método y no me cogisteis".

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