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Maltratadas sin derechos

Un curso para policías reclama más implicación contra las redes de prostitución. El tráfico de mujeres para prostituirlas es una forma de violencia de género que pasa inadvertida.

el 26 sep 2010 / 20:15 h.

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Una exposición fotográfica, dentro de una campaña municipal contra la prostitución.

La que quizá sea la expresión más extrema de violencia contra la mujer, el tráfico de personas para que ejerzan la prostitución, es una maltrato aún por descubrir para una sociedad que prefiere cerrar los ojos ante los luminosos que adornan los clubes de alterne de las afueras de las ciudades. Fue una idea recurrente del curso Violencia de género y trata de la mujer, organizado por el Sindicato Unificado de Policía (SUP) y clausurado el jueves, día internacional contra la explotación sexual y la trata de seres humanos. Entre las dos lacras analizadas en el curso media un abismo: el de la concienciación social.

"Estas mujeres son robadas, violadas y apalizadas, y no acuden ni a la Policía ni a los abogados. Algo estaremos haciendo mal, ¿no?", dijo a los policías durante su conferencia Amparo Díaz, letrada experta en temas de género y coordinadora del novedoso turno de oficio que el Colegio de Abogados de Sevilla ha puesto en marcha para atender a mujeres secuestradas para nutrir a las redes de prostitución.

"No es culpa de la Policía: hay leyes para perseguir estos delitos, pero sin desarrollar. A los agentes de la calle no les dan instrucciones concretas ni conocen los recursos. Desarticulan un prostíbulo y no saben qué hacer con las mujeres", dice esta abogada, que compara la situación con el inicio de la lucha contra la violencia de género. Entonces tampoco se denunciaba, no porque no hubiera maltrato, sino por miedo y desconocimiento.

Es igual con la prostitución: "Si llamamos a mi madre y le preguntamos dónde hay clubes de alterne, verás cómo lo sabe. ¿Por qué la Policía no va? Porque no hay conciencia de que tenga que ir. La sociedad prefiere mirar para otro lado y con que las mujeres no estén en la calle, a la vista, es suficiente. Igual que cuando la violencia de género se consideraba un asunto privado de la pareja y nadie se metía en esos matrimonios".

Díaz considera que esta interpretación genera un problema de enfoque hacia los delitos relacionados con la prostitución: "Las redadas se hacen desde el punto de vista de la inmigración clandestina y se detiene a las mujeres por no tener papeles, cuando detrás hay una flagrante violación de los derechos humanos, violencia de género y agresiones brutales".

En el curso, los policías preguntaban a la abogada cómo hacerlo mejor: "Deben hacer identificaciones en zonas de riesgo y en población de riesgo, pedir a las prostitutas el carné, indagar si son menores de edad..." En las redadas, los policías preguntan a las mujeres cómo las tratan, "pero no saben que entre las prostitutas hay mujeres encargadas de vigilarlas, así que las otras no responden porque luego sufrirán represalias. Si hablaran con ellas individualmente y les dijeran que la ley permite que sean testigos protegidos, las mujeres reaccionarían de otra manera".

Estas chicas, además, están "adiestradas para ocultar la violencia de la explotación sexual: dicen que lo hacen porque quieren, porque es dinero fácil. Hay que ganarse su confianza para que hablen", asegura Díaz.

La fiscal jefe de la Audiencia de Sevilla, María José Segarra, dio a los policías el mismo consejo al recordarles que en los casos de violencia de género "entramos como un elefante en una cacharrería. Queremos ser eficaces, cerrar el caso, y nos olvidamos de que estas víctimas desvalidas necesitan tiempo para asumir lo que les ha pasado. Tenemos que tener más paciencia".

Las casas de acogida en las que acaban las que logran salir de este mundo pusieron los ejemplos. Conchi Jiménez, de Villa Teresita, donde viven ex prostitutas que han escapado de las redes que las trajeron a España, puso la grabación de una de estas mujeres: "Muchos clientes piensan que queremos ser prostitutas, pero no", decía la joven, que narraba su camino por el desierto y la llegada a España en patera, que le supuso una deuda de 50.000 euros. Entidades como Villa Teresita o la ONG Adoratrices destacan que aun si salen de la prostitución, la situación de estas mujeres es tan grave que al ser liberadas inician otro calvario: que sus captores nunca sepan que ellas los denunciaron, conseguir papeles, un trabajo difícil de lograr con su currículum...

Otras mujeres traficadas siguen otro camino que está siendo su puerta de entrada a la Justicia, cuenta Amparo Díaz: "Conocen a un salvador, que puede ser un cliente, un vigilante del club o un chulo que se enamora de ellas y las retira de la prostitución. Pero es una relación nacida de una desigualdad tan grande que surgen los malos tratos, los reproches, la violencia. Cuando llegan a un abogado contando que les han dado varias palizas y el abogado pregunta, a veces se atreven a contar que llegaron traficadas".

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