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Cultura

Mano a mano sin oropeles

El Ciy y Luque, sin triunfar, mejoran la pobre impresión del pasado mes de abril

el 25 sep 2010 / 21:08 h.

El Cid recogió varias ovaciones durante su actuación, aunque se marchó sin recompensa de la Maestranza.
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El forzado mano a mano entre El Cid y Daniel Luque era noticia obligada desde que se confirmó la inoportuna fractura de vértebras de Miguel Ángel Perera. El extremeño era el tercer espada de un cartel que oficiaba, a priori, el papel de hermano pobre de una feria de San Miguel que ha acabado siendo remendada por todos los flancos. Es la eterna canción de estos carteles anunciados en primavera y resueltos con peor o mejor suerte en otoño, cuando el toro del estío impone su ley para llenar enfermerías y hospitales sin fijarse en la categoría de los toreros o el color de sus metales. Afortunadamente, la trayectoria ascendente, los triunfos mantenidos y la renovada actitud de El Cid y Daniel Luque habían ido revalorizando día a día este discutido mano a mano que contaba con un encierro, el de Alcurrucén, del que se esperaba mucho más. También se habló largo y tendido en corrillos taurinos de la oportunidad de haber incluído al camero Oliva Soto como sustituto de Perera. Finalmente, otra ausencia forzada -la de José María Manzanares- le ha abierto la puerta del cartel estrella aunque, también es verdad, habría encajado mejor en el argumento de la corrida de ayer, un extraño festejo que no llegó a romper por ninguna parte sin estar exento de interés por parte de los toros y los toreros.

A pesar de todo, ya hemos dicho que la imagen de ambos toreros distó mucho de la pobre impresión de la pasada Feria de Abril. El Cid y Luque, sin llegar a triunfar, afrontaron el compromiso con otras ideas, otra actitud y una renovada autoridad en la cara del toro que anduvo muy lejos de las tinieblas de los primeros tramos de una temporada que llegó a ponerse muy cuesta arriba para ambos. Sí se echó en falta algo más de competencia o complicidad; entrar en quites, esnificar algo de pique para llenar de interés los tiempos muertos de un festejo que no llegó a romper.

El de Salteras no llegó a entenderse por completo con la mansa acometividad y el viaje rebosante del toro que abrió la tarde. De preciosas hechuras, este animal se movió sin emplearse demasiado en los primeros tercios pegando arreones de puro manso. Pero en la faena de muleta, que El Cid abrió con la autoridad de otro tiempo, se abrió con importancia, sobre todo por el pitón izquierdo. La verdad es que su labor, pese a la entrega de Manuel, no llegó a coger el ritmo esperado y el primer plato supo a muy poco.

Pero El Cid se parecería definitivamente a sí mismo con el tercero de la tarde, un toro que hizo cositas muy raras de salida y se frenó en los capotes, haciendo sudar la gota gorda a El Boni. Pero el diestro de Salteras salió dispuesto a extraer lo mucho o poco que llevaba dentro y se impuso desde el primer pase, metiéndole de verdad en la canasta sin importarle la violencia inicial del ejemplar de Alcurrucén. La faena vivió sus mejores momentos en el cuerpo central: la emotividad del toro y la entrega del matador propiciaron un puñado de muletazos que hicieron crujir la plaza, especialmente cuando El Cid se fue con todo el cuerpo en los inmensos pases de pecho. El concierto no se afinó igual por el lado izquierdo  pero el gran diestro de Salteras aún le haría dos o tres cositas para certificar que los malos ratos son agua pasada y puede afrontar el final de la campaña con la cabeza alta. Desgraciadamente, el quinto le dio muy pocas opciones. En un toma y daca, acabó ganándole la partida pero el toro tenía una guasita sorda y nunca fue entregado de verdad en la muleta del Cid, que no pudo hacer nada por evitar que la faena se diluyese mientras el astado, muy distraído, iba a lo suyo.

Daniel Luque hacía el paseíllo en la plaza de la Maestranza obligado a triunfar después de los sinsabores primaverales y la fuerte y fallida apuesta que afrontó en la pasada Feria de Abril. Y aunque no llegó a alcanzar ese triunfo sí pudo enseñar el certificado de su recuperación desde que se abrió de capa con el segundo de la tarde. El toro se distrajo más de la cuenta en los primeros tercios y no se empleó nada en la muleta a pesar de la firmeza mostrada por el joven diestro de Gerena. Pero, aunque el astado pasaba demasiado suelto en el engaño y se despistaba a la salida de los embroques Luque pudo enjaretarle una serie diestra más reunida y compacta con la que quitarse el mal sabor de boca.

En el cuarto sí pudo mostrar ese escultural concepto capotero al lancear a la verónica a un toro que se mostró rajadito en varas y llegó a la muleta a la defensiva, escarbando en el albero y muy reservón. Luque estuvo serio y responsable pero la faena no podía ir a ninguna parte y la gente se acabó impacientando. Lo mejor llegaría con el sexto, un toro cornalón pero algo más escurrido que el resto del encierro al que protestó ese sector de la plaza al que le gusta jugar al tendido siete. Acertó esta vez el señor del palco al mantenerlo en el ruedo sin dejarse llevar por la intransigencia de no se qué cojeras.

Con ese animal pudimos ver los mejores registros de Daniel Luque en una faena de menor a mayor acople que tuvo la virtud de encontrar el preciso sitio de torear del morito de Alcurrucén, un mansito que respondía cuando se le hacían las cosas bien. El de Gerena supo girar sobre la pierna contraria, empándolo siempre en una distancia corta que hizo romper al toro, que embistió siempre gateando. Aunque el acople fue un punto discontinuo, Luque pondría a todo el mundo de acuerdo al echarse el engaño a la mano izquierda en una serie cerrada con en excelente pase de pecho al que siguió ese arrimón marca de la casa. A esas alturas, podría haberle dado la vuelta al festejo pero el acero no funcionó con la contundencia debida y se esfumó un trofeo. Otra vez será, que hoy toca Morante, El Juli y... Oliva Soto.

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