El guitarrista y compositor Manolo Sanlúcar celebrará este año sus Bodas de Oro con la música andaluza, el flamenco, su gran pasión, el arte que lo ha hecho un hombre feliz y adinerado, pero a veces, por su desmedido amor hacia lo jondo, una persona angustiada.
Se encuentra en un momento de su vida en el que no sabe muy bien si seguir luchando por este arte o dedicarse a cuidar de sus refulgentes ovejas en el pueblo sevillano de El Pedroso, donde tiene una finca de fantasía que en la actualidad es su refugio, el lugar donde escribe, compone y medita sobre qué hacer con su vida, con la que apenas sí se habla en la gélida soledad de la sierra.
Su casa de campo es una especie de tabernáculo de los recuerdos, con las paredes atestadas de obras pictóricas de pintores del siglo XIX y tantos trofeos en los muebles que apenas se adivina el tipo de madera de éstos. Entre cuadro y cuadro de Ressendi o García Ramos, se deja ver su hijo Isidro, Nano, que se le fue de su vera en plena juventud dejándole el corazón estrujado como se estruja un tomate contra la tierra. Desde la muerte de su único hijo, el artista es otro, le importan otras cosas, se revela contra todo lo que se menea sobre la tierra, contra la desidia andaluza, los políticos, los que manosean la cultura y la vida de los hombres. Contra todo. Sin embargo aún le queda capacidad para contar con una ternura estremecedora la historia de un pájaro que duerme en el zaguán de su casa desde que aún tenía boqueras.
Este año será el de Manolo Sanlúcar pues se van a poner en marcha algunos proyectos que le han devuelto las ganas de vivir al hijo del llorado Isidro Sanlúcar, el panadero guitarrista.
El más importante de todos los proyectos consiste en la creación de la Fundación Manolo Sanlúcar, que estará seguramente en su ciudad de nacimiento, allí donde muere el río que mejor sabe palmarla: en Sanlúcar de Barrameda. Probablemente en una hermosa casa propiedad del artista que tiene previsto adquirir el Ayuntamiento de la localidad gaditana, aunque aún no hay nada firmado. Sanlúcar está dando todo tipo de facilidades, pero el asunto va con parsimonia.
Por otra parte, el guitarrista donaría a la futura Fundación todas sus obras pictóricas, un patrimonio valorado en cerca de dos millones de euros; su impresionante y valiosa colección de guitarras, los derechos de su obra y todo el archivo que ha acumulado en estos cincuenta años de vida artística.
En contraprestación lógica Manolo Sanlúcar exige que la Fundación sea a la vez una escuela de guitarristas en la que él mismo estaría al frente. "Tiene que ser algo vivo, un sitio de formación en el que prime mi espíritu, que sea el reflejo de cómo yo entiendo la música andaluza, el flamenco. No una escuela para que se formen imitadores de Manolo Sanlúcar, sino grandes músicos del flamenco", aclara.
Consciente de que las cosas de palacio van despacio, a pesar de su generosidad sin límites, el artista advierte de que tiene ya unos años y espera una rápida respuesta por parte del Ayuntamiento de Sanlúcar. Porque, como es lógico, "otras ciudades, como Córdoba, por ejemplo, estarían encantadas con este proyecto", afirma. Desde luego.
Córdoba es para Manolo Sanlúcar la ciudad de la guitarra flamenca. "La labor que vienen llevando a cabo desde hace tantos años es digna de ser destacada. Conmigo se han portado siempre como si fuera cordobés, por lo que no vería mal que, de no llegar a buen puerto lo de Sanlúcar, que es donde tendría más sentido la Fundación, Córdoba fuera la sede".