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Manzanares dicta su pronunciamiento

El diestro alicantino volvió a abrir la Puerta del Príncipe en una nueva tarde cumbre en la que se merendó a Alejandro Talavante.

el 23 sep 2012 / 16:44 h.

El diestro Jose María Manzanares salió por la Puerta del Príncipe de Sevilla tras cortar tres orejas.
Plaza de la Real Maestranza
Ganado: Se lidiaron tres toros de Juan Pedro Domecq (tercero, cuarto y quinto) y tres de Núñez del Cuvillo (primero, segundo y sexto), bien presentados. Primero y segundo fueron prontos y bravos; el tercero se lesionó durante la lidia y se acabó echando; buena condición de cuarto y quinto y exigencias del brusco sexto.
Matadores: José María Manzanares, de turquesa y oro, dos orejas, ovación y oreja tras aviso.
Alejandro Talavante, de amapola y oro, ovación, oreja y ovación.
Incidencias: La plaza casi se llenó en tarde ventosa, entoldada y bochornosa. Luis Blázquez resultó alcanzado por el primero de la tarde sufriendo diversas contusiones de pronóstico reservado que le impidieron continuar la lidia. Curro Javier brilló con el capote y Juan José Trujillo en el manejo de los palos.

 

Veinticuatro horas antes del recital manzanarista se daba por hecho que el alicantino no podría estar presente en Sevilla. En Logroño se había resentido de la lesión que le obligó a cortar la temporada dos largos meses y los locutores de radio macuto ya andaban esbozando carteles fantasmas para recomponer este San Miguel adelantado. Pero el alicantino decidió hacer el paseíllo contra viento y marea y -sobre todo- en contra de la opinión de los médicos, que le habían aconsejado guardar reposo para no agravar aún más esa compleja fractura de tendones que tenía a todo el toreo sobre ascuas. Y el grandioso artista no se lió el capote para pasearse, sino resuelto a dictar un hermoso pronunciamiento torero que restableció el orden natural del toreo en el cierre de la gran temporada, que vivió ayer su último capítulo.

Algunos se frotaron los ojos cuando Manzanares -magníficamente vestido de turquesa y oro- cruzó de lado a lado el inmenso ruedo del Baratillo para recibir a portagayola al primero de la tarde. Era la primera declaración de intenciones de una tarde intensa y fundamental en la que el torero sumó su mejor y más armónico toreo a una entrega y un arrojo consciente y constante que le hicieron subirse encima de las olas para volver a conquistar una plaza que ya es suya. Le tocaron la música lanceando a ese primero a pies juntos. Algo falto de bríos en los primeros tercios, apretó hacia los adentros en banderillas hasta alcanzar a Luis Blázquez después de avisar a Curro Javier. El toro se ensañó con el buen subalterno valenciano bajo la Puerta del Príncipe en unos instantes angustiosos en los que tuvo que ser coleado. Se fue para la enfermería visiblemente conmocionado y ya no volvió a salir.

Pero Manzanares no se arredró y en dos tirones se sacó el toro a los medios enroscándoselo con un molinete a los que siguió tres excelsos derechazos y un sensacional derechazo de su mejor cosecha. La gente se agarró a los asientos; se lanzaba la tarde. El de Alicante se arrimó como un perro a la vez que trazaba una faena en el mismísimo filo de la navaja en la que la belleza del toreo se enhebraba al evidente riesgo asumido por el matador, que volvió a andar por sus mejores fueros en el toreo fundamental, un largo cambio de mano y un pase de pecho largo como un río saludado con el himno del manzanarismo según Sevilla. Sonaba Cielo Andaluz y Manzanares, atropellando la razón, se puso delante del tren en una arrucina imposible que cambió por una fea voltereta.

Estaba borracho de entrega y de toreo pero un redondo invertido nos sacó de la tiniebla y puso de pie a una plaza que a esas alturas -sólo era el primero de la tarde- empezaba a mascar la puerta de la gloria. La fulminante estocada recibiendo no admitía más dudas. Las dos orejas fueron a manos del torero, que las paseó jubiloso sabiendo que estaba escribiendo una de las páginas más hermosas de esta extraña temporada que ya camina hacia su desembocadura.La salida del tercero, marcado con el hierro de Juan Pedro Domecq, volvió a ser saludada con una larga a portagayola que rompió todos los esquemas. Las chicuelinas que siguieron desataron la locura y estuvieron a punto de costarle un nuevo disgusto. Pero el porrazo quedó en anécdota y la cuadrilla se empleó a fondo -Curro Javier con el capote y Trujillo con los palos- en una lidia magistral que hacía presagiar nuevas cumbres. Dispuesto a todo, Manzanares obligó al toro en los primeros muletazos a pesar de sus pocas ganas de embestir. Pero pronto empezó a acusar ciertos males -había recibido un horrendo puyazo trasero- hasta echarse irremediablemente sin que su matador pudiera montar la espada. El magistral puntillazo de Lebrija fue un sorbete para desengrasar. Había que esperar al quinto.Y salió ese quinto, otro toro de Juan Pedro Domecq friote en los primeros compases de la lidia que hizo torcer el gesto a más de uno. Pero el Manzana sabía que iba a triunfar sí o sí y pidió calma antes de ir desgranando un faenón magistral de creciente acople, estética y armonía que puso de pie al público sevillano desde el primer muletazo. El artista, sin prisa pero sin pausa, fue cincelando muletazo a muletazo una nueva cumbre en la plaza que más se le admira a la vez que consumaba ese emocionante pronunciamiento que ha dado la vuelta a la temporada. Es difícil narrar la sinfonía manzanarista, resuelta en un sinfónico toreo diestro -la muleta siempre puesta- y un toreo al natural rematado con alardes de imaginación, pases de pecho catedralicios, trincherillas o molinetes que fueron caricias en una auténtica borrachera de arte que volvió loco a todo el mundo. El triundo era redondo, incontestable, merecía ya la Puerta del Príncipe sin entrar a matar. Lástima que la espada, ésta vez a volapié, se resistiera a entrar por completo. El diestro necesito tirar del descabello mientras la gente sacaba los pañuelos. Era su séptima oreja en la Maestranza este año. Su segunda salida por la puerta que se mira en el Guadalquivir. Creo que todavía anda a hombros de los aficionados por las calles de su Sevilla.Y dicho esto, poco más hay que contar de un Alejandro Talavante merendado sin contemplaciones por un Manzanares desbocado que ha remontado sus males y dolencias en una sola tarde. El Tala debió tragar saliva cuando vio a su compañero marcharse a la puerta de chiqueros dos veces. Él lo hizo una, con un segundo cuvillo bravo y emotivo -también un punto brusco- al que cuajó una faena entregadita pero por debajo de las posibilidades de ese animal, que exigía apuesta y una mayor claridad de ideas que las que enseñó ayer el extremeño.

La verdad es que Talavante había llegado a Sevilla algo tocadito y los comentarios de los profesionales -ésos que nunca osan cacarear en público- andaban cuestionando la auténcia capacidad de un torero prematuramente aupado a la primera fila que aún tiene que pulir muchas lagunas técnicas. Al Tala no le faltó el cariño de un público que le jaleó lo bueno y lo regular, también con un cuarto de Juan Pedro Domecq con el que se mostró tan voluntarioso como falto de hilo, enseñando un trazo deslavazado en todos los muletazos que amontonó sin cuajar por completo otro ejemplar que tenía que haber servido para acompañar a Manzanares en el triunfo. Una estocada trasera y tendida le validó una oreja de circunstancias que le servirá de poco. Con el exigente y difícil sexto, mientras el personal andaba pendiente de un ancho portón, volvió a esbozar una pelea tan sincera como falta de resolución. Cuidado...

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