Con inmenso esfuerzo y cariño ha preparado el Teatro de la Maestranza su reestreno, tras las obras de remodelación, con la ópera El holandés errante. Los títulos de Richard Wagner siempre se tienen en el horizonte lírico como piedras de toque, aventuras escénicas en las que un coliseo puede engrandecerse y escalar posiciones o también, y de ahí el riesgo, naufragar en el abismo del cartón piedra.
El montaje de Yannis Kokkos estrenado anoche -propiedad del Teatro Comunale de Bolonia- gusta en el primer acto, se vuelve funcional y plano en el segundo y deslumbra, esa es la palabra, en todo el tercer acto, singularmente durante la concertación en escena del coro de marineros y las voces de los fantasmas.
A través de proyecciones y efectos ópticos, en la fragorosa presentación del drama contemplamos dos inmensos buques y un espectral mar sobre el que transcurre una acción que, en algunos momentos, se torna demasiado enredada. En el epílogo, por contra, los símbolos se apoderan de la dramaturgia y la claridad expositiva, junto con impresionantes aciertos escenográficos, dan con un final majestuoso.El holandés errante que Halffter ha escogido para su segunda presentación en Sevilla -a la que acudieron numerosas personalidades políticas e institucionales- se desenvolvió, en fin, como dicta el título de una obra de Beethoven / Goethe, en medio de un mar en calma y a través de un viaje feliz, sin demasiados motivos para el entusiasmo, pero con sobradas razones para el aplauso.
Del reparto vocal, Elisabete Matos, abonada y siempre bienvenida en las producciones del teatro del Paseo Colón, volvió a llevarse el oro. La cantante portuguesa, mejor actriz que nunca, lu-ció una voz segura y fue una Senta de agudos emocionantes y graves centrados y abiertos.
Dio con la clave psicológica de su personaje y su desarrollo fue in crescendo a lo largo de la función. A su lado, el Holandés de Wagner, el barítono Trond Halstein Moe sólo mantuvo el duelo en los pasajes a dúo del segundo acto, en los que mo-vió bien su ágil instrumento vocal. Sin embargo, su timbre se percibió demasiado lírico para el papel y tuvo tendencia a calar notas en el agudo.
Cómodos y expresivos, el bajo Walter Fink, como Daland, y el tenor Jorma Silvasi, Erik, el primero de una incontestable calidad como voz wagneriana. Alrededor de ellos el Coro del Maestranza se mostró natural, zapateó con energía y a compás y sonó empastado aun descuidando alguna entrada en el tercer acto.
Halffter tiró de la Sinfónica de Sevilla comenzando con una dubitativa obertura de intranquilos presagios. Luego, el foso resplandeció y su versión, como siempre hasta la fecha, se impuso modélica, personal y de un encendido romanticismo, con brillantes trompas, sin casi morder notas y cuerdas prestadas a inabarcables oleadas.