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Marifé o la jondura de la copla

La artista que creció en la calle Alfarería conoció el sentido del cante, que le permitió ser la más flamenca de las copleras, y entender su arte como los viejos cantaores, como una pelea.

el 16 feb 2013 / 21:30 h.

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Marifé de Triana supo lo que era el cante jondo, el que sale del alma, porque al poco tiempo de nacer se fue a vivir a Triana. Nada menos que a la calle Alfarería, que mucho antes de ella nacer se llamó Verbena. En esta calle, que cruza todo el arrabal sevillano y ocupa las dos Cava, sintió desde muy niña el torniscón del cante grande, el que dejaron impregnados en las paredes de los corrales de vecinos figuras como Frasco el Colorao, El Fillo, Juan el Pelao, Ramón el Ollero, Tío Antonio Cagancho o su hijo Manuel.

Vivió solo nueve años en Triana, los suficientes para entender que el cante, cualquier tipo de cante, lo es cuando duele. Por eso Marifé ha sido siempre la más flamenca de la copla, la que más se peleó nunca con ella. Sabía dónde estaba la diferencia entre decir la copla -como la decía Concha Piquer- o pelarse con ella.

Además, la artista de Burguillos siempre fue partidaria de que la copla tenía que oler al paisaje, que se supiera de dónde era la que la cantaba. También Antonio Mairena solía decir que la pureza del cante era el sabor al paisaje. De ahí el amor de Marifé por el arte de otra sevillana universal, Juanita Reina, que fue el primer espejo en el que se miró. Iba a ver sus películas a los cines de verano y cuando salía a la calle ya se había aprendido sus coplas, aquellas canciones de Juanita que olían como las flores de los balcones de la calle Parra.

Cuando Marifé emigró a la capital de España, en plena posguerra, llevaba ya metido en la sangre el arte de Triana y Sevilla -dos sonidos de una misma campana-, el que la hizo artista. Madrid era entonces solo la sombra de lo que había sido tres décadas antes, cuando Chacón y Montoya eran los reyes de Los Gabrieles y Villa Rosa. Allí descubrió el teatro, la radio, los representantes. Y allí fue donde Lombardía y el locutor David Cubero la bautizaron como Marifé de Triana. A punto estuvieron de ponerle el remoquete artístico de Marifé de Sevilla, pero como ya estaba Carmen Sevilla y ella les recordó que era de Triana, lo tuvieron fácil.

No tardaría en alcanzar el éxito, una vez que se ocupó de ella el empresario Juan Carcellé, dueño del Circo Price, y había dado su primer aldabonazo artístico con Torre de arena, de Llabrés, Gordillo y Sarmiento. Y ahí empezó todo, aunque ya había demostrado que, además de saberse pelear con la copla, como ninguna, sabía pelearse también con la vida, que la puso a prueba al quedarse huérfana de padre muy pronto y pasar junto a sus madre y sus cuatro hermanos, como suele decirse, las fatiguitas de la muerte en la dura España franquista.

Curiosamente, la primera canción importante de su carrera, Torre de arena, del Maestro Gordillo, la cantaba antes que ella, pero con otra letra, el Niño de Orihuela. Se llamaba Número falso y la letra era del propio Niño de Orihuela. Marifé convenció a Gordillo para que se la adaptara, con la colaboración de Llabrés y Sarmiento, y mediados los cincuenta la llevó al disco, comenzando una larga carrera de éxitos y convirtiéndose en una de las más grandes de la copla cuando no era fácil porque tuvo que romper en una época de grandes artistas. Así y todo, se hizo un hueco, se convirtió en una estrella, creó su propia compañía y llenó España de grandes espectáculos y de discos.

Ha muerto Marifé de Triana y, más bien, parece que ha resucitado. Y con ella, una manera de entender e interpretar la copla, la canción andaluza. María Felisa Martínez López, que así se llamaba la maestra -apellidos poco flamencos, por cierto-, entendió siempre el arte de cantar como una pelea, como los cantaores puros entienden el cante por derecho. Cuando descubrió que podía perder un día la pelea en los escenarios, se fue y lo hizo sin titubear lo más mínimo, dejándoles paso a las nuevas voces.

Era una gran señora en la copla y en la vida y supo alejarse de todo. Fue reconocida en su tiempo, consiguió los más grandes galardones y se retiró a un precioso rincón malagueño para descansar y disfrutar de su familia y de los recuerdos. Nunca fue mediática, pero estuvo siempre dispuesta a hablar sobre el arte, que fue el motor de su vida. Se nos ha ido la jondura de la copla.

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