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Mario Maya, el amigo y el artista

Fue el más grande en su estilo, de todos los tiempos, pero también un gran desconocido. Mario Maya se abría con muy poca gente, era un hombre celoso de sus intimidades, de su vida privada.

el 15 sep 2009 / 15:52 h.

Fue el más grande en su estilo, de todos los tiempos, pero también un gran desconocido. Mario Maya se abría con muy poca gente, era un hombre celoso de sus intimidades, de su vida privada. Hace unos días lo llamé a su casa y pude hablar con él unos minutos. Ya sabía que se iba a morir pero quise que me lo dijera él mismo para poder correr a su lado y estar con él sus últimos días, al lado del gran amigo, del hermano del alma, del genio.

En vez de sincerarse y decirme que se estaba muriendo, se puso a reñirme con sus ironías de siempre: "Quiero ponerme bueno pronto para ser mejor que Farruquito", me dijo. Ese día yo había puesto muy bien Farruquito en el periódico, del que Mario era un lector diario y de una fidelidad total. Tenía un ataque de celos tremendo, lo que demuestra la clase de artista que era, pero le dejé bien claro que él era el número uno, el mejor de todos.

A la mañana siguiente de presentarse su obra Mujeres en el Teatro de la Maestranza, Mario me mandó un correo dándome las gracias por la crítica y por los elogios a su trabajo: "Me has tratado siempre con mucho cariño, Manuél. Gracias", me decía escuetamente. Le contesté y le dije que sabía lo malito que estaba, que se abriera conmigo, con su amigo, con su hermano, para estar a su vera en tan difícil momento. Y no contestó nunca a ese correo. Entendí que no quería que fuera a verlo y respeté con inmenso dolor su deseo. Lo mismo que he respetado su deseo y el de su familia de que no saliera nada en los periódicos. Nunca me ha gustado dar este tipo de primicias y reconozco que no soy todo lo buen periodista que debería ser. De hecho, siempre he dicho que sólo soy un albañil que escribe de flamenco porque ama lo jondo más que a nada en el mundo. Si fuera un buen periodista, sin duda que habría sacado en el periódico un gran titular diciendo: "Mario Maya se muere de cáncer". ¡Toda una primicia!

Me lo he sufrido no sólo porque sé que era el deseo de Mario, sino porque a mí me gusta escribir sólo de arte. Y si un día me obligaran a ser periodista, en vez de crítico y amigo leal de los flamencos, sacaría del cuartillo de los chismes la paleta y la plomada y volvería a los andamios.

Este mismo año estuvimos juntos en Nueva York con motivo de la presentación de Mujeres en el City Center. Tuve la suerte de verlo darse una pataía por bulerías en el escenario de este histórico teatro. Le dije que podría plantearse volver a bailar y me respondió muy serio: "Una vez dijiste en tu periódico que me había llegado la hora de dar paso a los jóvenes, y te hice caso. Y te di la razón, además. ¡Me vas a volver loco, Manué!", me dijo enfadado.

Tenía razón. La última vez que bailó en Sevilla, en el Teatro de la Maestranza, le dije que había llegado la hora de irse de las tablas, aunque lo hice con delicadeza. Y se fue; dejó de bailar. Me mandó un correo muy extenso dándome las gracias por mi sinceridad y buen consejo de amigo, aunque irónico a más no poder: "Que sepas que me has jubilado, que acabas de retirar al gran Mario Maya de los escenarios".

Era tal su dignidad de artista que no pudo soportar que un crítico, que además era amigo, le dijera que había que dajarle paso a los jóvenes. Estuvo un tiempo raro conmigo, apenas me llamaba a casa. Pero una tarde de verano sonó el teléfono y era Mario: "¿Tienes ganas de emborrarte en el Aljarafe?", me preguntó. Nos fuimos a un mesón de Albaida que le gustaba mucho, y dejamos sin mosto las barricas.

Yo quería mucho a Mario Maya. Y hoy lo quiero más que nunca, a pesar de que se ha ido sin decírmelo y estoy dolido. Lo quise y lo quiero por encima de mi admiración como bailaor y coreógrafo. Éramos amigos de verdad y nunca me pidió que escribiera nada de él y sus proyectos, que yo no quisiera escribir. Cuando lo criticaba por algo, que lo hice muchas veces, se enfadaba un poco pero un día nos veíamos en algún sitio y no pasaba nada; era respetuoso con mi trabajo.

Va a ser muy duro seguir escribiendo sobre el baile sin Mario Maya. Pero no hay más remedio que seguir adelante. Habrá que hacerlo por el maestro, por el hombre que más ha amado el baile. Y por el artista que más ha hecho por él poniendo su talento y su vida a su servicio.

Gracias, maestro.

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