Una imagen de la actuación. / J.M.Paisano IMÁGENES * * * * Escenario: Teatro Maestranza, 19 de septiembre Compañía:Ballet Flamenco de Andalucía Coreografía: Rafaela Carrasco, David Coria. Solistas: Rafaela Carrasco, David Coria, Ana Morales y Hugo López. Músicos: Antonio Campos, José Anillo, Jesús Torres y Juan Antonio Suárez Cano Entrada: Tres cuartos Aunque un célebre tango nos haya convencido de lo contrario, lo cierto es que, al menos en lo que respecta a la creación del Ballet Flamenco de Andalucía, veinte años son mucho. Nos han dejado un sinfín de imágenes que descansan en el imaginario colectivo, tanto de los aficionados como de los profesionales del baile. Es justo el punto de partida de este espectáculo, con el que Rafaela Carrasco se propone celebrar el cumpleaños de la compañía -cuya dirección artística regenta desde el año pasado- centrando su coreografía en las sensaciones y emociones que le suscitan las imágenes de las diferentes propuestas y figuras que descansan en su memoria. En ese sentido lo primero que llama la atención es la libertad creativa de las diferentes coreografías que componen el espectáculo. Gracias a ello Rafaela, lejos de rememorar el baile de las diferentes figuras que han pasado por el Ballet, compone una serie de piezas que, a la manera de cuadros flamencos, delimitan un discurso dancísitico en el que se impone su estilo de baile, que se define por sus tintes andróginos. Y es que, si algo caracteriza a esta coreografía y bailaora es su dominio técnico, su taconeo limpio y vertiginoso y la fuerza que imprime a sus movimientos. Aunque no por ello deje de seducirnos con sus caderas, cuyo vaivén puede resultar incluso bastante provocador. Lo dejó bien patente bailando por tangos. Inspiradoa en la imagen de una bata blanca de larguísima cola, la bailaora elabora un solo con el que su cuerpo parece querer liberarse del compás y del traje, que simboliza las ataduras de las que todo artista debe huir. Por supuesto que no lo consigue del todo, el flamenco, de todos es sabido, impone la cuadratura de su ritmo, pero en su lucha despliega toda una gama de movimientos de manos y de caderas, a los que los pies responden con un taconeo entrecortado. Pero para empezar Rafaela se situó en el extremo contrario, abriendo el espectáculo con una pieza coral en la que predomina la imagen masculina, que se centraba fundamentalmente en la musicalidad del taconeo. La coreografía destila una sobriedad casi castrense, solo rota por el contrapunto del cante de trilla que suena primero en off, en una grabación antigua, y más tarde en directo. El tono sobrio de esta coreografía se mantiene hasta la tercera pieza aunque aquí, gracias al recurso de las maletas, las imágenes alcanzan un elevado grado de sugestión. Al igual que el baile solista de Ana Morales, que se atreve a colmar el escenario de colorido con unos tangos repletos de sensualidad y desparpajo, solo enturbiados por el movimiento de sus brazos, que en ocasiones resulta un tanto farragoso. Hugo López, en cambio, nos sorprende por su impecable colocación y el vértigo de sus vueltas, al igual que David Coria, que despliega un baile tan seguro como virtuosista. Gracias a ellos la propuesta hace honor al espíritu de la compañía, que no es otro que el de crear espectáculos de ballet que se ajusten al lenguaje flamenco. Aunque este montaje lo consigue solo a medias. Desde luego cuenta con un cuerpo de baile que demuestra un auténtico dominio escénico y técnico. Los números corales, salvo alguna pieza como la segunda, registran una buena coordinación. Se nota la complicidad entre sus integrantes y sus cuerpos se ajustan a la colocación clásica y a la disciplina de los pasos marcados (algo que no resulta baladí si tenemos en cuenta que el baile de Rafaela es bastante barroco). Pero si hay algo que destaca es su impronta flamenca. No obstante, quizás en eso radique su mérito. Lástima que el baile, en general, adolezca de ser un tanto reiterativo y monocorde.